Tras la avalancha de felicitaciones y buenos deseos, tan propia de fechas navideñas que en breve recordaremos como un eco lejano, llega la vuelta a la rutina diaria donde nos vamos a enfrentar a esa subida, denominada «cuesta de enero», que para algunos es incluso más dura que cualquier puerto de categoría especial como los que ascienden los ciclistas en el Tour de Francia.
Claro que ésta, la que nos aguarda ahora, tiene una dificultad añadida y es que en muchos casos viene acompañada de eso que llaman «síndrome posvacacional». Por cierto, hay que ver lo que estos tiempos tan modernos nos han traído, ver para creer; yo la verdad es que jamás oí a mi padre, que trabajaba duramente y apenas si descansaba los domingos, hablar de este síndrome anímico o de otro tipo. Vamos, es que si viviese, seguro que con esa cachaza popular que aún se conserva en los ambientes pueblerinos, se reiría y me diría: «Anda niño, déjate de chiflauras, da gracias de tener trabajo y ponte a faenar».
En fin, dejando a un lado este barniz algo bromista, pues a fin de cuentas se ha producido una gran mejoría en el tratamiento de la salud psicológica de los trabajadores, hay que retomar en estos días de enero la actividad rutinaria que, la verdad sea dicha, cuesta un poquito incluso para los «jubilatas». Toca ahora, además de cogerle el pulso al día a día, vivir con la esperanza de que se cumplan, al menos en parte, todos esos maravillosos deseos que el espíritu navideño nos impulsó a formular: Fin de las guerras, mejora de la convivencia, sensibilización con quienes lo están pasando mal, compromiso con la conservación del medio ambiente, petición a los gobiernos de más fondos para la investigación de enfermedades… y todo un catálogo de buenas intenciones que, lamentablemente me temo, se quedarán en papel mojado.
Al menos, según me decía el otro día un conocido mío bastante decepcionado con el panorama que se vislumbra, habrá que conformarse con pedir pequeñas cosas que hagan la vida un poco más fácil y agradable. Él, que es un forofo de la televisión, dice que su primera petición va a ser que los contertulios de los programas televisivos se dejen hablar los unos a los otros, a fin de que los espectadores nos enteremos, y que no actúen con tanta vehemencia. Más que periodistas parecen recalcitrantes miembros de los partidos políticos cuyas posiciones defienden en sus intervenciones. Y yo, a ver si por fin consigo saber cómo se despegan y se abren las bolsas de plástico de los supermercados, que la cosa tiene tarea, o aprender a conducir, sin tanto vaivén y sin chocar, los carritos de la compra cuando están cargados. Ya sé que es broma; pero, como dice el refrán, a falta de pan buenas son tortas. Además de que por algo, aunque sea una nimiedad, se empieza.
Lo dicho, suban bien y con prudencia la cuesta de enero, que viene complicada y con curvas.