Tener ilusión por algo no es suficiente para determinar si alguien es apropiado para desempeñar una actividad. Ni tan siquiera el hecho de haber dedicado tiempo, esfuerzo e incluso determinación son suficientes para obtener los objetivos propuestos. Nadie te lo va a garantizar, ni la determinación a favor del Universo, ni cualquier tipo de creencia religiosa o pagana. No me imagino el Universo entretenido en confabular dirigiéndose en un determinador mortal que a través del rezo active los resortes ocultos para que un ser superior determine que tienes que ser el destinatario de los beneficios que se están invocando. Sería perverso pensar que el vasto entorno inanimado, austero y altruista estén fijándose de forma inconscientes en aquellos que desean fervientemente el “éxito”, sea lo que sea lo que significa.
A menudo, los postulados matemáticos establecen que hay ciertas condiciones que son necesarias, sin embargo, puede que se no sean suficientes para que ocurra un hecho concreto. El deseo, el trabajo, la actitud son necesarias; sin embargo, no son suficientes para alcanzar cualquier objetivo que nos propongamos. De igual forma que vemos de soslayo el fracaso. Efectivamente es un aprendizaje, pero no podemos incurrir en infravalorar los resultados cuando no se nos antoja favorables. El rechazo de aceptar que algo se ha ejecutado de forma errónea, aunque los resultados sean palpablemente objetivos y medibles.
Es decir, que está muy bien acuñar esa idea anglosajona que nos transmite que la suma de los fracasos es necesario para obtener el éxito. Pero, no hay que olvidar que este postulado es necesario, pero no suficiente, porque también se tiene que dar el hecho de aceptar humildemente el aprendizaje derivado del fracaso. Por tanto, lo importante no es el fracaso en sí, más bien el aprendizaje sincero de la aceptación que ha provocado el no obtener los objetivos esperados. Permítanme que agreguemos este postulado para cualquier situación de la vida cotidiana.
El éxito va a acompañado de forma relativa a las expectativas que se le atribuyó a una acción concreta. Es decir, que el éxito no sólo depende de las expectativas del que ejecuta la acción, también de las expectativas del observador. Como ocurre que en un certamen musical que obtenga el puesto 22 ante 25 actuaciones. Se podría considerar un fracaso si las expectativas fueran ganar el concurso. En cambio, si las expectativas fueran disfrutar de la experiencia e impulsar, de alguna forma, la carrera musical, en ese caso, no es un fracaso, porque cualquier resultado es aceptable.
En cambio, la participación española en Eurovisión contempla el hecho de obtener el mejor de los resultados e incluso la victoria. En este caso, estar a la cola del concurso incluso en el voto popular, se le puede reclamar al participante es admitir humildemente que no se ha alcanzado el objetivo, e incluso, poder tener un criterio de las causas del inesperado resultado. Así estaríamos en la línea de nuestro postulado, reconocer y aprender de las causas que nos ha llevado a ese resultado.
Ya que los protagonistas no han manifestado los motivos del resultado, al contrario, han pretendido relativizar maquillándolo. Algo, que por cierto está muy de moda últimamente. Aunque, en este caso, los números son bastantes determinantes y objetivos. Le vamos a ayudar, enumerando alguno de los motivos: la letra, la musicalidad, la calidad de la cantante, la puesta en escena, la coreografía, el mensaje.
Reflexionar y reconocer los errores es un acto muy saludable.