Se conocen desde hace setenta años. La primera vez que se vieron fue en la antigua carretera de Cádiz y, sino recuerdo mal, los presentó un tal Don Francisco Gálvez del Postigo. Lo suyo fue amor a primera vista. Ella se llama Benalmádena y él se apoda Turismo. Según se cuenta, su flechazo fue tan fuerte que a los pocos años de noviazgo contrajeron matrimonio. Hoy en día es fácil verlos paseando por el pueblo; cuando no en el centro comiendo un campero en lo del Rafa por el paseo marítimo rebajando unos kilos. Quienes se cruzan con ellos saben que son la pareja perfecta, de modo que nadie se imaginaría hoy a uno sin el otro.
La verdad es que Benalmádena parece feliz junto a él. Mis abuelos, que la conocieron años antes de comprometerse, me cuentan que viene de una familia humilde y que es una joven bonita y repleta de cualidades. Turismo, por su parte, nunca le ha dejado de mostrar su admiración por ello. Siempre parece estar animándole a explotar algunas de esas dotes naturales. A Benalmádena es lo que más le gusta de él, se le nota agradecida. Al fin y al cabo, su confianza le ha ayudado a progresar todos estos años.
Sin embargo, y mira que no me gusta meterme en la vida de nadie, a veces tengo la sensación de que su sonrisa ya no es plena. Quisiera que esto quedase entre nosotros, que no saliese de aquí, pero la última vez que coincidimos los sorprendí discutiendo. Fue este pasado verano, al atardecer, en el balcón del Bil-Bil. Yo estaba sentado en uno de los bancos y ellos unos metros más allá, apoyados en la baranda que mira hacia la playa Santa Ana.
Por los gestos intuí que ella estaba estresada. Sus recriminaciones versaban principalmente sobre vivienda, precariedad laboral y sequía. Se sentía saturada, y aunque sabía de lo importante que era Turismo en su vida, le suplicaba reiteradamente que fuese menos exigente y más cariñoso.
Turismo, mientras tanto, la miraba incrédulo, negando con la cabeza. Llegó a taparse los oídos con las manos de forma infantil, como si aquellas preocupaciones no fuesen con él.De vez en cuando echaba un ojo a su espalda para asegurarse de que nadie se percataba de la situación. ¡Ay Turismo!, siempre tan atento a las apariencias.
Desde entonces no los he vuelto a ver, pero sé, por lo que me cuentan, que siguen juntos. Espero que estén trabajando en esas diferencias y que de ello surja una relación más fuerte y más sana. Por el bien de todos. Y por favor, no me juzguen por cotilla, que a todos nos gusta chismorrear de vez en cuando.