Hoy en día son popularmente conocidas las peculiares casas flotantes de Amsterdam, ciudad holandesa que mantiene una estrecha, aunque también compleja relación con el agua.
Algunas, sobre masas de cemento ubicadas en los principales canales, son auténticas joyas. Confortables hogares donde no falta ningún detalle, incluida agua corriente, electricidad y calefacción.
Otras, sin embargo, se trata de viejos cascarones que surcaron los mares en sus gloriosos tiempos para posteriormente tener la suerte de reencarnarse en coquetas viviendas para disfrute de románticos empedernidos, o pura necesidad tras la Segunda Guerra Mundial.
Ahora bien, de lo que hoy quiero tratar es de las colosales «Ciudades flotantes». Exacto, esos cruceros que, navegando a lo largo y ancho de este mundo, son capaces de albergar en sus entrañas hasta a 6.000 personas para, seguramente, hacerles cumplir un sueño.
Con partidarios o con firmes detractores ecologistas, que eso es harina de otro costal, estos mastodontes anfibios ofrecen a bordo comida y bebida durante las 24 horas que tiene el día, todo servido en elegantes restaurantes con mesas ancladas al suelo. Canchas de paddle, gimnasios, piscinas y yacuzzis para mantenerse en forma; casinos y salas de fiesta con música en vivo para darle alegría al cuerpo, Macarena… ¡Aaahhh!
Y por supuesto, una amplia variedad cultural de todas las islas y ciudades donde atracan, siendo la mayoría de ellos antiguos puertos con gran solera en historia, como en el caso de Málaga.
En su ancestral puerto, una extensa zona habilitada para estos cruceros dispone de modernas instalaciones que facilitan la organización de visitas turísticas de la ciudad. Y ahí es donde intervengo yo, junto con decenas de colegas guías turísticos requeridos en estas ocasiones.
Para los turistas se trata de la conexión directa, pisando tierra firme, en los destinos tantas veces idealizados. Por eso, supone un gran placer, también una gran responsabilidad, hacerles sentir en su corazón a esta preciosa ciudad, que se la lleven haciéndola inolvidable. Conseguir tras finalizar la visita, de regreso al puerto, palabras de elogio sobre lo que han podido ver sus ojos, o percibir con su olfato ese singular aroma a salitre y flores de los jardines, o acariciar con sus manos los vetustos sillares romanos convertidos en torres de defensa de la Alcazaba. Eso, estimadas y estimados lectores, eso, no tiene precio.