No cabe duda de que Fuengirola, al igual que otros destinos turísticos, procura que sus visitantes tengan variados alicientes al margen de su agradable clima, magníficas playas, rica gastronomía y otros ingredientes que hacen de esta bonita ciudad un lugar de atracción cada vez más demandado e ideal para pasar las vacaciones.
Entre los complementos del descanso veraniego ocupa un lugar destacado la música; bendita música que en las noches de verano es capaz de transportarnos a escenarios tan distantes en el tiempo como a otros de innegable actualidad. Naturalmente no puedo dejar de pensar en los grandes conciertos del Marenostrum por donde desfilan cada año, en un espléndido recinto al pie del castillo Sohail y con el mar de fondo matizado con colores del atardecer, relevantes figuras internacionales y del panorama nacional que forman ya una larga lista de muchísima calidad. Sin duda una iniciativa de gran éxito que en pocos años se ha convertido en una de las citas más importantes entre los acontecimientos musicales de cada verano. Tampoco me olvido, aunque con aforo muy restringido y en un ambiente mucho más íntimo, de las noches de jazz en la terraza del propio ayuntamiento que, la verdad sea dicha, son deliciosas. Sin embargo, no restándole mérito alguno a las anteriores, me quedo con los martes de verano en el Parque de España, donde la extraordinaria Banda Municipal de Fuengirola nos deleita cada año con extraordinarios conciertos en los que da repaso a grandes composiciones de música española, a bandas sonoras de preciosas películas o a extraordinarias piezas líricas para las que Alfredo Alarcón, su excelente director, suele invitar a intérpretes que, entre los árboles del parque donde algún que otro pajarillo parece unirse con sus trinos a tan dulce evento, cantan casi más a gusto que si estuvieran en alguno de los grandes templos del bel canto. Otras veces cede su director la batuta a jóvenes directores que, con tan buenos músicos como son los de nuestra Banda Municipal, muestran ya sus dotes para afrontar los retos que su carrera musical les propondrá en un futuro no muy lejano. Y sin olvidarme de algún que otro concierto centrado en alguna figura de la música española acompañada por estos brillantes intérpretes.
En definitiva, una gran orquesta –me gusta llamarla así- que con un repertorio muy variado congrega cada martes por la noche a un gran número de seguidores, entre los que me considero un asiduo, que disfrutamos con ellos mientras echamos a volar nuestra alma reviviendo aquel Cinema Paradiso que pasó a formar parte de las películas inolvidables de nuestra vida; o nos quedamos extasiados con el oboe de Gabriel tocado con gran maestría por una jovencísima muchacha; o cerramos los ojos soñando lo que a cada uno le apetezca mientras el Intermezzo de Cavalleria Rusticana se apodera de nuestros sentidos. Es más, no miento si digo que yo he llegado a ver en el parque, durante algún concierto, al mismísimo Frank Sinatra con su clásico sombrero trilby y, mientras se apoyaba en uno de los eucaliptos que aún quedan en el recinto, estaba embobado con una recopilación de sus más hermosas canciones. Incluso vi la otra noche a Judy Garland, junto a sus amigos del Mago de Oz, esbozando una preciosa sonrisa a la vez que sonaba un fragmento musical de tan popular película. Pura magia que ablanda incluso al corazón más agrio.
Lo cierto es que la música, no sólo en verano, tiene un gran protagonismo en Fuengirola, para disfrute de residentes y veraneantes en noches que invitan a dejarse llevar por gratos recuerdos de paisajes, vivencias y personas del elenco de nuestras vidas que siempre nos procuran grandes emociones y nos alejan de malos rollos como se suele decir ahora. Ojalá -mira por donde me voy a salir ahora y no es precisamente por la tangente- esta especie de terapia musical, aplicada en situaciones dolorosas que lamentablemente se están dando en el mundo con demasiada frecuencia, sirva para despertar la sensibilidad de quienes están imbuidos por la barbarie de la guerra y, ya de paso, como no se cansaba de proclamar Chavela Vargas, que entiendan la necesidad de sustituir las metralletas por violines a fin de recuperar ese bien tan preciado que es la paz pero que de momento parece estar bastante lejano. Pues eso, feliz verano y que suene la música.