Tras la reciente conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, me propusieron escribir acerca de esos días grises, tirando a negro, con trazas de rojo sanguina, ya apagado. Esos días en los que los cuerpos de las víctimas, yaciendo ya sin vida, después de denuncias interpuestas y condenas de alejamiento no respetadas, son hallados para engrosar las listas de estadísticas. Una más. O una menos, según se mire.
Y es que resulta barato, demasiado barato, levantar la mano a una mujer; ya no digamos violarla o, directamente, para que se van a andar con tonterías, quitarla de en medio. Urge modificar las leyes, esas misóginas, esas ignominiosas para los tiempos que corren, las que permiten que maltratadores, violadores y asesinos salgan de rositas de sus delitos. ¿Sabían ustedes que la condena mínima por golpes, empujones, estrangulamiento, mutilación o asesinato, oscilan entre seis meses y un año de prisión? ¿La de acoso sexual, violación, explotación sexual o matrimonio forzado, de cinco a diez años?
Ante este desolador panorama, ¿qué podemos esperar las mujeres? Si las condenas fueran directamente proporcionales a los delitos cometidos, los presuntos pensarían detenidamente si valdría la pena dejarse llevar por el trasnochado impulso de la maté porque era mía, o, por el contrario, reconocerían la perentoria necesidad de ayuda psiquiátrica. Y si me apuran, que dejaran voluntariamente esta vida que tanto sufrimiento les produce, dejando en paz a quien menos culpa tiene, a la más frágil, a la que más los ama, habitualmente. Llámenme ilusa, si quieren.
Lo que piensan esos agresores que descargan su cobarde frustración vestida de brutalidad, es harto difícil de comprender; al igual que a esos otros respetables señores, que ejercen con sus solemnes togas, poniendo en duda la indefensión y vulnerabilidad de mujeres que osan denunciar la crueldad con que son tratadas, ellas y sus hijos, y dictan sin pestañear insignificantes sentencias a golpe de maza. Pero eso sí, el próximo año saldremos de nuevo a la calle a protestar.