Con los ecos cada vez más lejanos de un verano que se ha resistido lo suyo, avanzamos ya por el otoño sumidos en un mar de incertidumbre y fuerte oleaje de crispación que amenaza con desencadenar alguna tormenta me temo que con importantes destrozos, sobre todo en la confianza en las instituciones de quienes, por ser más jóvenes, aún no están curados de espanto.
No hay duda de que el panorama político español tiene que resolver una ecuación de gran complejidad y muchas incógnitas donde los nacionalistas, además de números, saben latín y arameo. A la vista de los resultados electorales de julio, nunca los partidos independentistas catalanes se encontraron con una situación más favorable para sus propósitos, estando dispuestos a ordeñar la vaca, permítaseme el símil, hasta que no quede ni una gota de esa leche que en buena parte se habrán llevado en detrimento, no nos engañemos, de otras autonomías. Ellos piden y piden cada vez más, sin embargo me atrevo a pensar que sus intereses están centrados en conseguir una amnistía y no una independencia que, en mi opinión, no les trae cuenta. Por lo pronto dejarían de tener a quien llorarle y sacarle más dinero, práctica en la que ya están muy bien entrenados; además, una población dividida en dos bloques diferenciados numéricamente por escaso margen les podría ocasionar más de un dolor de cabeza en un futuro inmediato.
Salvando las distancias me permito contar una breve historieta de cuando yo era niño. Recuerdo que tenía muchas ganas de tener un Mecano; sin embargo, como su precio era alto y no estaba el horno para bollos, siempre acababa mi padre, u otro familiar que se pusiese a tiro, por comprarme otra cosa menos costosa pero que también me gustaba. Fue así cómo, insistiendo una y otra vez hasta convertir mis peticiones en una estrategia, logré tener un gran cajón de juguetes con los que pasé buenos ratos en compañía de mis amigos; pero llegó un día de Reyes y al fin me sentí feliz por tener mi Mecano, sólo que a partir de entonces mi táctica para tener más cacharros dejó de funcionar y ya no valoré tanto mi deseado juego de construcciones que incluso llegué a arrinconar. Como dice el refrán, a buen entendedor con pocas palabras basta.
Sinceramente creo que los independentistas catalanes están en una especie de callejón de difícil salida; por un lado siguen sembrando entre sus militantes y seguidores la semilla de querer desligarse de España y, por otro, han entendido, quizás un poco tarde, que tener el dichoso Mecano ya no les interesa. No deja de ser un planteamiento que en mi opinión tienen muy bien asumido los nacionalistas vascos, quienes también son maestros en el “ordeño” del ganado, pero éstos con una diferencia y es que, mientras quede leche, en lugar de decir que quieren irse como los catalanes, seguirán divagando con su discurso independentista y ya vendrán, vía Europa o por otros medios, nuevas vacas a las que seguir ordeñando. Qué pena de ley electoral la que se aprobó en su momento y que ahora, aunque los dos partidos mayoritarios se pusiesen de acuerdo para intentar reformarla, se encontraría con los colmillos retorcidos de quienes hoy tienen al Estado contra las cuerdas. Me pregunto, llegado el caso, quién sería capaz de ponerle el cascabel al gato.