Atrás queda ya el verano y, salvo esos contados días que llamamos veranillo del membrillo, el otoño está ya aquí y creo que para quedarse; ojalá sea generoso y nos traiga abundantes lluvias, que buena falta nos hacen.
Pero hay otro otoño que tiene que ver con el implacable “deneí” y las alarmantes cifras que se pueden deducir de él sin más que echarle un vistazo. Ese otro otoño que acaba llegando sin remedio, aunque menos mal que no lo hace con todo el mundo a la vez, se presta a reflexiones y nostalgias que, aunque no sirvan para resignarnos a lo irremediable, nos ayudan a refugiarnos en recuerdos coleccionados de todo lo que hemos vivido y que merece la pena repasar de vez en cuando; sobre todo, claro está, de aquello que nos dejó huella y que en el caso de los docentes, como es el mío, mantiene viva la llama de las ilusiones y no deja que se apague.
Lo peor de este otoño que nada tiene que ver con la climatología, es que acostumbra a mostrarnos, con mucha más frecuencia de lo que uno quisiera, algún que otro doloroso zarpazo del destino, o quien sea, para llevarse a gente con la que hemos compartido buenos momentos de ésos para recordar que decía antes. Precisamente este pasado jueves, apenas había terminado el desayuno, encendí el ordenador y me encontré con una lamentable noticia que me dejó helado. El Ayuntamiento de Mijas informaba del fallecimiento de Cristóbal Ruiz, nombrado en su día Hijo Predilecto de ese vecino municipio. Acompañaba la nota informativa con una fotografía de él que, la verdad sea dicha, me hacía difícil identificarlo pues su aspecto en poco se parecía al de aquel flacucho y espigado muchacho que hace ya más años de los que yo quisiera cursaba el bachillerato en el IES Fuengirola Número Uno.
Viendo la fotografía me pasó algo parecido, aunque en este caso ha sido muy triste, a lo de hace unos cuantos años cuando estaba delante del televisor presenciando la gala de los premio Goya y anunciaron el nombre del ganador del Goya al mejor guión. En principio, dado que sus apellidos son muy comunes, no lo asocié con el que muchos años atrás había sido mi alumno Cristóbal Ruiz, pero era él, claro que era él; y, aunque al subir a recoger el premio vi que su aspecto físico había cambiado radicalmente, nada más oírlo lo identifiqué con gran alegría por mi parte. Es más, cualquier duda que persistiera quedó disipada en cuanto aprovechó la ocasión para darle protagonismo a su Cala de Mijas, lo que da una idea de su talla.
Fue emocionante verlo allí entre tantas figuras del mundillo del celuloide con su premio. Poco después vendría el reconocimiento que le dispensó el ayuntamiento mijeño, asimismo el éxito de sus libros y su progreso en sus actividades profesionales, tanto cinematográficas como literarias.
Con la terrible noticia de su prematuro fallecimiento he vuelto a esculcar en el saco de los buenos recuerdos, para lo que mi “otoño” me ayuda bastante, y me he trasladado hasta aquella clase de bachillerato en que Cristóbal se resignaba a mis sesiones de ecuaciones o logaritmos aunque mostrando siempre interés y curiosidad, a tenor de las preguntas que luego me hacía y que más bien obedecían a una visión filosófica de los problemas geométricos que yo proponía. Por supuesto que no tenía dificultad alguna para aprobar los exámenes de Matemáticas, pero era muy curioso analizar las preguntas que solía hacerme y que más bien correspondían a alumnos de más edad. De hecho, al verlo tan pensativo en mi clase, yo pensaba que su mente transitaba en ese momento por otros derroteros ajenos a los números y que tenían que ver más con pensamientos filosóficos y literarios. Creo que no me equivocaba en mis intuiciones pues, tras su paso por el instituto, obtuvo con brillantez en la UMA la licenciatura en Filosofía y posteriormente, creo que ya en Madrid, un doctorado.
Ahora, como otras ocasiones en que algún querido alumno nos dijo adiós, siento que los recuerdos se me vuelven como más agrios, pues no entiendo que alguien, con tanta vida por delante y miles de cosas aún por hacer, se haya marchado definitivamente. Claro, me quedan sus momentos en mis clases, sus curiosas preguntas que seguramente ya resolvió y alguna que otra conversación ajena a los números, así como sus éxitos posteriores; pero, lo digo con franqueza, para mí eso es insuficiente y me reafirmo en que este “otoño” me gusta cada vez menos.
Un abrazo, querido Cristóbal.