David Marshall nos recibe en su hogar de Benaoján con una calidez y cercanía que hace sentir a cualquiera como si fuera un viejo amigo. No hace falta mucho tiempo para intuir que es un hombre con experiencia de vida: un «hombre de mundo», pero que no pierde ni su sencillez ni su autenticidad. Como buen artista, lleva consigo una chispa de esa «locura» que define a muchos del mundillo. Desde el primer momento, la conversación fluye de manera natural, sin necesidad de preguntas, mientras él mismo nos cuenta su infancia, su juventud, sus años en Colombia y, cómo, sin saberlo, encontró en Benahavís todo lo que había estado buscando.
Un destino inesperado: De Escocia a Colombia y España
David nació en Edimburgo, Escocia, donde pasó sus primeros años. A los 13, su padre tenía un futuro académico preparado para él, con la prestigiosa escuela de Cambridge en el horizonte. Pero su inquietud por conocer nuevos lugares le hizo cambiar su rumbo para irse a Colombia. A sus padres les dijo que solo sería un año, pero regresó cinco años después. En Colombia trabajó durante varios años en el negocio ganadero de una de las familias más influyentes del país, los Pinos Pérez, manejando más de 5.000 cabezas de ganado.
“Me encantaba la vida en Colombia. Vivir allí fue una experiencia fascinante, aunque también con muchas dificultades”, recuerda. A los 23 años, la malaria crónica que contrajo durante su tiempo en la selva lo obligó a regresar a Inglaterra. Sin embargo, el deseo de volver a Sudamérica nunca desapareció. Fue entonces cuando, en 1965, llegó a España. Su destino era la Costa del Sol, pero Marshall no buscaba bullicio ni vida urbana. «Siempre me ha gustado el campo, más que la ciudad. Me considero un ‘bruto de campo’», cuenta entre risas.
En sus primeros años en la comarca, vivió en Mijas, un lugar que le permitió tener sus primeros recuerdos en España. En su primera Navidad, recuerda compartir una cena con el alcalde de Mijas, cuando los extranjeros aún no eran mayoría en la zona. Pero no sería allí donde encontraría su verdadero lugar. Marshall buscaba algo más, necesitaba el campo, la naturaleza, la autenticidad de Andalucía. Y fue en Benahavís, un pintoresco pueblo blanco, donde finalmente encontró su sitio.
«A mí me gusta España porque no venía a buscar un pedazo de Inglaterra o Francia. Venía por lo que vi: el espíritu de la gente y la belleza de Andalucía, sus casas blancas, su gente que se saluda por la calle, la alegría que se respira», comenta con una sonrisa.
Los comienzos de un artista
Los inicios de Marshall como escultor no fueron fáciles. Como muchos artistas, tuvo que reinventarse varias veces para ganarse la vida. Trabajó en oficios muy diversos, desde hacer escaleras hasta vender figuras en el mercadillo de Marbella. Sin embargo, siempre fue la escultura lo que realmente lo apasionó. En 1968, tras una primera exposición en el Hilton de Marbella (que aún no era el famoso Don Carlos), vendió todas sus esculturas y se dio cuenta de que ese era el camino a seguir.
“En esa exposición vendí todas mis piezas, y pensé que esto podría ser el futuro. Así que empecé a hacer exposiciones en otros países”, cuenta con la satisfacción de quien sabe que dio en el clavo. Aunque los comienzos fueron difíciles, Marshall no se dio por vencido. Para poder financiar sus esculturas, trabajó en varios proyectos, desde cuberterías y lámparas para Cristian Dior hasta joyería. «Lo que podía vender era lo que me permitía seguir haciendo lo que realmente me gustaba: la escultura», explica.
El amor por la escultura lo llevó a conseguir su propia galería en Benahavís, en la urbanización La Aldea, una zona que también diseñó él mismo. En este pintoresco espacio, combina su estilo único, marcado por la influencia de su tierra natal y la esencia andaluza, creando un lugar que no solo alberga sus obras, sino también su vida y su historia.
Un estilo propio, inspirado en la naturaleza
El estilo de David Marshall es inconfundible. Cuando se observa una de sus esculturas, no hace falta buscar la firma para saber quién la ha creado. Su estilo artesanal, alejado de las corrientes modernas, destaca por un contacto cercano con los materiales. Para él, la escultura es un proceso casi primitivo, en el que el metal se modela a mano, siguiendo las antiguas técnicas de fundición y soldadura. “Hago piezas únicas, no se pueden repetir”, comenta con determinación.
Las montañas de Colorado, los glaciares y los ríos son solo algunas de las fuentes de inspiración para su arte. «No necesito irme muy lejos para encontrar inspiración. Aquí, en el entorno que me rodea, encuentro todo lo que necesito», dice, señalando el paisaje que lo rodea. Y es que, ahora que vive en Benaoján, en las espectaculares vistas de la Sierra de Grazalema, David Marshall se siente más conectado que nunca con la naturaleza. “Aquí puedo alejarme del bullicio de la costa, encontrar tranquilidad e inspiración. Podría pasarme mi vida en esta casa”, asegura.
“La escultura es una dedicación, no una carrera”
David no considera la escultura un trabajo, sino una forma de vida. “La escultura es una dedicación, no una carrera. Esta necesidad primordial de crear ha sido la fuerza que ha motivado mi vida durante más de cincuenta años”, afirma. La naturaleza, con sus fenómenos geológicos, formaciones de hielo y huellas de la degradación, es la gran musa de su obra. “Mi subconsciente tiene una predilección por estos fenómenos naturales. No busco líneas rectas, sino formas aleatorias, imperfectas, las que me dan la información sensorial que necesito”, explica.
En sus trabajos más recientes, Marshall ha comenzado a combinar sus fundiciones en latón y aluminio con materiales más modernos, como virutas de torno, cortes láser y materiales agrícolas o automotrices. Esta fusión entre lo antiguo y lo moderno refleja su actitud ante el arte y la sociedad actual. “Esta es mi respuesta ante el modernismo, el minimalismo y todos los ‘ismos’ que nos impone la sociedad, que cada vez está más despersonalizada y ametrallada por las máquinas”, dice.
“La escultura tiene que tener impacto”, añade. “Su presencia en el espacio debe ser instintiva, una sensación de equilibrio y belleza que no puede ser calculada conscientemente, sino que tiene que surgir de manera natural.”
El taller, su refugio
Para David, su taller es mucho más que un espacio de trabajo. Es su santuario. Tiene dos, uno en Benahavís y otro en Benaoján, y en ambos pasa sus horas creando sin que el tiempo importe. «No es trabajo, es la forma de vida», dice. A pesar de disfrutar de otros pasatiempos, como montar en moto o jugar al golf, su verdadera pasión está en el taller, donde, asegura, las horas se desvanecen mientras su mente y sus manos dan forma a sus ideas.
“Cuando estoy inspirado, dibujo bocetos y apunto ideas en un cuaderno, pero nunca sé cómo evolucionará la pieza. A veces sale bien, otras no”, admite con humildad. Sin embargo, la satisfacción de ver cómo una idea se convierte en una obra es lo que lo mantiene creando constantemente.
Marshall, Hijo Predilecto de Benahavís
El pasado 8 de noviembre, Benahavís otorgó a David Marshall el título de Hijo Predilecto, un reconocimiento único en la historia del pueblo. Este gesto refleja no solo el respeto por su arte, sino también el profundo cariño que el pueblo siente por él. “Marshall hizo suyo nuestro municipio, y Benahavís le acogió como a un hijo más”, afirmó el alcalde José Antonio Mena durante el emotivo acto.
Para Marshall, este reconocimiento es el reflejo de una conexión profunda con Benahavís, un lugar que, a pesar del paso del tiempo, sigue siendo su hogar. Benahavís no solo es su fuente de inspiración, sino también el lugar donde ha formado su familia y creado una red de amigos entrañables. Su galería, que ha sido punto de encuentro para muchos, no solo alberga su arte, sino también su humanidad.
El título de Hijo Predilecto es más que un honor; es el símbolo de un amor mutuo entre el artista y el pueblo que lo ha acogido. Un lazo que se fortalece con cada obra y con cada gesto, y que seguirá tejiéndose en el corazón de Benahavís.