En el kilómetro 201 de la Autovía del Mediterráneo, concretamente en la Cala de Mijas, prevalece la Butibamba. A simple vista podría parecer una venta como otro cualquiera, pero entre sus paredes se recogen miles de historias que siguen manteniéndose vivas casi 200 años después.
La Butibamba, según Francisco Javier Sepulveda -actual dueño-, se funda cerca del 1800. Comenzó como un pequeño chamizo ubicado en la zona de playa. Por ese momento el frio no apretaba, por lo que los conservantes con los que mantenían los alimentos eran “la sal, el aceite o la manteca. Tres conservantes naturales”. Tampoco había cerveza y de las pocas cosas que servían eran “vino en garrafa de arroba o unas latitas en las que se echaban coñac y aguardiente”.
Esas latas llamadas buti, fueron el origen del nombre de este longevo negocio. “Los pescadores venían a esta cala y cuando terminaban de faenar subían hasta aquí para pedir un buti. Cuando se ponían tibios decían que con la pecha de buti se habían cogido una bamba”. De esta forma, ese pequeño chamizo pasó a ser conocido como la Butibamba, un lugar que casi 200 años después sigue manteniendo su esencia.
A poco de nacer, el Estado les otorgó la concesión de posta, “esto quería decir que aquí se hacía el cambio de caballos”. El funcionamiento simplemente se basaba en dejar aquellos caballos que venían cansados por otros que estaban frescos, los cuales eran colocados en las carrozas para hacer sus trabajos mientras se limpiaban y se alimentaban a los otros en las cuadras en las que posteriormente descansarían. Esta concesión de posta “fue un sustento para la familia durante muchos años”.
Pero entre otras de sus funciones, la Butibamba también hizo una labor muy importante en Correos. “La venta existe antes que la Cala de Mijas. Cuando empezaron a construir las casas y le pusieron nombre a las calles, si no ponías venta la Butibamba, la carta no llegaba. Así que hasta los años 80 podríamos decir que funcionamos también como código postal”.
Un lomo inigualable que quita el sentio
Si por algo ha conseguido la Butibamba su fama es por su lomo. Desde sus inicios llevan sirviendo este plato, protagonista indiscutible de la historia de este negocio.
Como cualquier otro lomo, el de la Butibamba se hace con orégano, pimentón rojo, vinagre, sal y manteca ibérica, pero además cuenta con un ingrediente secreto que lo hace especial. “En una ocasión al macerarlo, un ingrediente comestible que estaba en la mesa cayó sobre la perola. El que lo estaba haciendo fue a su padre y le contó lo que había pasado. Decidieron dejarlo para ver lo que salía y se dieron cuenta de lo bien que quedaba con ese ingrediente. Poco a poco fueron cogiéndole la medida y hasta el día de hoy”, cuenta Francisco Javier.
Al igual que el nombre del negocio, el plato estrella llegó de la manera “más tonta”, con un ingrediente que “está al alcance de cualquiera” pero que cuenta con la peculiaridad de que “cuando entra en contacto con el vinagre, se crea un contraste que le da ese sabor peculiar al lomo”.
Pero no solamente el ingrediente X es lo que hace especial a este lomo en manteca. El cariño a la hora de cocinar podría ser el pilar fundamental de este éxito que hace que cualquiera “con los ojos tapados, y veinte platos de lomo delante, sepa diferenciar cuál es el de la Butibamba”.
Desde reyes, pasando numerosos bandoleros y hasta el mismísimo Camarón
El número de personas que han pasado en 200 años por la Butibamba es innumerable, pero entre ellas destacan figuras importantes de la época como los bandoleros.
La entidad de cada bandolero que pisó este negocio se conocía “por el número de aguaeros que había en la puerta”, donde se situaban para proteger a sus jefes “de los Carabineros o de la Guardia Civil”. En muchas ocasiones, Francisco Javier ha sido testigo de como, “la Guardia Civil pasaba de largo cuando veía a muchos aguaeros, ya que un enfrentamiento no les valía la pena porque iba a ser muy duro e iban a caer también guardias. Preferían esperarlos en la sierra, donde no estaban tan prevenidos”.
Tantos han pasado por ese local, que existen todo tipo de anécdotas, como la de Flores Arocha, considerado el penúltimo bandolero de Ronda. “Él era de Marbella. Estaba en la sierra con un sobrino y una partida de hombres. Vino a la Butibamba. Los aguaeros no dieron bien el aviso y lo sorprendieron aquí. Entonces se metió en un establo en el que había una burro. Al parecer el burro le mordió la oreja cuando se escondió entre la paja. Cuando salió del escondite, le dijo a un familiar que le había arrancado la oreja al burro, porque ojo por ojo, diente por diente”.
El Rey Alfonso XIII también disfrutó de una estadía en los aposentos de la Butibamba. Su Comitiva -quienes pasaron previamente para supervisar el lugar- eligió un altillo “que nosotros usábamos como despensa”. En ese mismo lugar se estableció “una cama de color celeste” para que el Rey Alfonso XIII pudiera descansar. Tras la visita, “la cama se quedó en el altillo”, el cual “nosotros necesitábamos, sobre todo, para guardar los embutidos”. Durante un largo tiempo “preguntábamos qué podíamos hacer con la cama”, pero la Comitiva “solamente nos decía que no la tocaramos”. Ante estas órdenes “nosotros ni nos acercábamos, porque no queríamos que nos metieran presos o nos quitaran la concesión de posta”, pero un día “nos dijeron que podíamos hacer con ella lo que quisiéramos y por desgracia no la mantuvimos”.
Pero no solo bandoleros y reyes se deleitaron con los sabores de la Butibamba, ya que otras figuras como el gran Camarón de la Isla también “estuvo aquí en varias ocasiones”. Una de ellas, según relata Francisco Javier, fue bastante especial: “Camarón llegó con un hombre y se sentó en una de nuestras mesas. Justo enfrente había seis chavales y uno era un admirador de Camarón, hasta el extremo de llevar tatuada su cara en el bíceps. Cuando lo vio se quedó en shock. El chaval se acercó a Camarón y le enseñó el tatuaje. Camarón se quedó sorprendido. Su reacción fue levantarse y cantarle. El chaval empezó a llorar de la emoción. Al final Camarón acabó sentándose con los chavales”.
Escritores como Ernest Miller Hemingway, actores como Antonio Banderas, periodistas como Matias Prats, cantantes como el Sevilla o humoristas como Manuel Sarria, “que de jovencito venía en bicicleta y paraba a comerse un bocadillo de lomo”, son algunos de los muchos nombres que han visitado, y siguen visitando, esta grandiosa venta.
200 años después la Butibamba sigue conquistando corazones
Si le preguntas a Francisco Javier cuál cree que es la clave para tener el éxito que tiene la Butibamba, su respuesta será rápida: “Mantenernos siempre en la misma línea”. Y es que en esta venta las cosas siguen siendo igual de naturales que hace 200 años, “aquí no se utilizan productos artificiales. Aquí el puchero tiene sus dos pollos, su tocino, su apio, sus garbanzos que han estado en remojo el día anterior. Aquí no tenemos una cocina sofisticada, aquí la cocina es como la de una abuela”.
En el ADN de la Butibamba también está el servir a todo el mundo. En sus inicios existía una ley estatal que indicaba que las ventas estaban obligadas a dar comida y cobijo al viandante. “Antiguamente pegaban en las puertas a las tres o las cuatro de la mañana y se les servía un plato de puchero, que estaba encima de una hornalla de carbón, y un taco de lomo. Si querían podían quedarse a descansar en la cuadra con los animales. Al otro día pagaba solamente lo que había comido, pero si no quería pagar tampoco pasaba nada”. Desde ese entonces, esta venta sigue manteniendo esa idea firme en sus pensamientos y si “cualquier personas viene y nos dice que no ha comido, de momento le damos un bocadillo. Aquí jamás se la va a negar la comida a nadie”.
De este mismo modo, y sin abandonar su tradición, la Butibamba ha ido adaptándose a los nuevos tiempos. Ahora mismo cuenta con dos robots “que facilitan algunas labores” y que permiten que los camareros “puedan mantener mayor cercanía con las personas”. Con estas incorporaciones “no hemos quitado ningún puesto de trabajo”, sino que ahora “tenemos más tiempo de tratar con el cliente”.
Una clientela que especialmente “viene de paso” y con la que “nos nutrimos todo el año”. Es por ello que este establecimiento no cierra su cocina “aquí puedes pedir a cualquier hora desde una sopa de marisco hasta un plato de puchero”.
Pero con la llegada del verano, su clientela también aumenta. No es nada raro pasar por la puerta de la Butibamba y ver una cola interminable para hacerse con un bocadillo de lomo que después será devorado en la playa, como tampoco es raro para Francisco Javier que, desde otra perspectiva, ve “muchísimas sombrillas vacías de personas que a la hora de comer vienen hasta aquí”.
Posiblemente sea por su famoso lomo, por su precio, por su historia o por el cariño de cada uno de los que conforman este negocio, que la Butibamba sea reconocida por muchas personas y que 200 años después pueda seguir abriendo sus puertas como lo hizo desde el primer día.