Jorge todavía recuerda el día en que cayó en sus manos aquel recorte de periódico. Una noticia fechada en 1971. El titular hablaba de una “gran redada”. Fue ese adjetivo precisamente, ese “gran”, lo que despertó su curiosidad. ¿Qué hubo allí?, ¿por qué se intentó aplacar con esa dureza? Así comenzó la recuperación de la memoria del Pasaje Begoña, un lugar único en España, referente en Europa, cuyas paredes guardan todavía el recuerdo de los años más revolucionarios de la Costa del Sol.
Para entender la historia de este pasaje hay que remontarse a 1962, cuando todavía Torremolinos no era un pueblo, sino un barrio periférico de Málaga. La llegada del primer turismo internacional había desatado en este rincón de la costa una importante fiebre constructora, se pusieron de moda los edificios que combinaban por igual viviendas y locales comerciales conectados por pasajes estrechos, sinuosos, llenos de vida.
El Edificio Begoña –bautizado así en homenaje a la hermana del constructor- encajaba en esta definición. Construido sobre las ruinas de un enorme chalet separado entonces del núcleo urbano, se levantó este bloque de cincuenta y cinco locales comerciales, cien apartamentos de alto standing -una vivienda aquí era hasta cinco veces más cara que en Madrid- y un pasaje en forma de L que desde el principio despuntó por albergar escaparates cubiertos de carteles luminosos, negocios alejados de lo común: bares nocturnos, salas de baile, clubes con música de todos los estilos, flamenco, rock, folk, jazz.
Esa creatividad y libertad artística fue el imán para muchas otras libertades. Sobre todo la libertad sexual. En plena dictadura franquista, el pasaje Begoña se convirtió en un lugar donde todas las opciones sexuales eran respetadas, el único donde dos hombres o dos mujeres podían agarrarse de las manos, donde cualquiera podía ser y amar sin miedo, algo impensable fuera.
“No es que fuesen bares gays ni LGTBI, eran bares libres donde empezó a ir público homosexual, pero también todo tipo de público. El ambiente era abierto y respetuoso. Más que sitio gay, era un sitio de convivencia”, explica Jorge Pérez, la persona que se empeñó en sacar la historia del pasaje del olvido. Todo por un recorte de periódico. Pero a eso llegaremos más adelante.
“Prohibido prohibir”
En el Pasaje Begoña la fiesta nunca se acababa. Muchos de los locales abrían durante toda la noche. Sus habitantes se movían incansablemente de uno a otro, en busca de conciertos, espectáculos, romances y cócteles de moda. Ya fuesen personajes célebres -John Lenon, Sara Montiel, María Dolores Pradera, Alain Delon, Paul Bowles- o anónimos, artistas o camareros, obreros o poetas. Todo el mundo tenía cabida en este mundo paralelo que latía subterráneo bajo una dictadura gris.
No es raro que por aquel entonces muchos lo llamasen “la calle del pecado”, aun así el Pasaje Begoña fue mucho más que un lugar para las pasiones y el desenfreno. Destacó también por su efervescencia cultural, por sus tertulias literarias a las que acudía asiduamente el escritor Antonio Gala, por los conciertos de jazz del famosísimo ‘Blue Note’, el local regentado por la neerlandesa Pia Beck, para muchos la mejor pianista del mundo, además de una célebre referente lesbiana. Un lugar donde –contaban- la elegancia era requisito fundamental, tanto que no se admitía a nadie que no llevase unos buenos guantes.
Junto al ‘Blue Note’, otros nombres dejaron huella en este particular paseo de las libertades: el estiloso ‘Le Fiacre’, donde actuaban artistas como la francesa Juliette Gréco y cuyo lema -“prohibido prohibir”- era famoso en el pasaje; la legendaria discoteca Piper’s, conocida por sus monumentales pistas de baile, sus pantallas, su iluminación, su avioneta colgada del techo; el tumultuoso ‘Bar Tabarín’, que contó con una de las primeras actuaciones de Camarón de la Isla. Y así muchos más nombres: El Bar Eva, La Sirena, La Boquilla, El Cancán, La Cueva de Aladino, El Gogó.
Durante todo ese tiempo la vanguardia y la rebeldía no estaban en París, ni en Londres ni en Nueva York, sino en este pasaje inagotable.
“Lugar así no había en España ni en Europa. Por eso venía gente de otros países. El lugar más cosmopolita y más vanguardista del mundo estaba en una barriada de Málaga llamada Torremolinos”, asegura Jorge Pérez.
Y todo esto a pesar del contexto español de la época. No hay que olvidar que en ese momento de nuestra historia, la dictadura consideraba a los homosexuales personas socialmente peligrosas que debían ser rehabilitadas, bien en hospitales o en cárceles, donde había módulos específicos para homosexuales, incluso campos de concentración. Sin embargo en Torremolinos la dictadura hizo algo inaudito, miró para otro lado, sabiendo perfectamente lo que allí ocurría lo dejó pasar, lo mantuvo bajo una “libertad vigilada” con tal de no espantar al turismo y a sus divisas internacionales.
Así fue como el Pasaje Begoña pervivió como un oasis de color, alegría y provocación, un reducto para la mejor música y la gente más libre y dispar, lo mejor del Soho londinense, el Pigalle parisino, el Barrio Chino barcelonés. Así hasta 1971.
La Gran Redada
El 24 de junio de 1971, plena noche de San Juan, decenas de policías entraron en tropel en el Pasaje Begoña. Se lo llevaron todo por delante. Una decena de locales fueron registrados y cerrados, al menos trescientas personas fueron identificadas y un centenar detenidas y trasladadas a la Comisaría de Málaga, la mayoría de ellas –visitantes extranjeros- serían deportadas a sus países con la prohibición de volver a España.
La dictadura reprimió el hervidero libre del pasaje con una contundencia atroz, tanto que llegó a movilizar a todas las fuerzas de orden público de Málaga y provincia para intervenir en la redada. La justificación oficial fue acabar con el foco de “inmoralidad” que se vivía en esa zona, si bien muchos vieron en esta reacción desproporcionada la intención del régimen de reorientar el turismo en Torremolinos hacia uno de tipo más familiar, como el que ya empezaba a extenderse por el resto de la costa.
En todo caso, aquella “gran redada” ocupó titulares en periódicos de toda Europa, de ahí el recorte que llegó a las manos de Jorge. Algunos la compararon con lo ocurrido en Stonewall años antes, en el 69. La redada en el bar del Greenwich Village (Nueva York) de la que nació el movimiento por los derechos y libertades del colectivo LGTBI.
El golpe al Pasaje Begoña supuso el fin a su época de esplendor, el cierre de un ciclo. La mayoría de clubs, bares y salas de baile fueron cerrando poco a poco, algunas al no poder pagar las cuantiosas multas que les impusieron “por vulnerar las buenas costumbres”, otras por falta de clientes, muchas simplemente por miedo. El Pasaje Begoña pasó de ocupar un espacio central en la noche de Torremolinos a ser considerado un lugar periférico y decadente. El abandono lo sumió en el olvido y el deterioro, incluso los inquilinos de las codiciadas viviendas de lujo se marcharon de allí.
El pasaje, solo y vandalizado, perdió hasta el nombre. El 1 de marzo de 1981 fue renombrado como Pasaje Gil Vicente. Y sin su nombre perdió lo más importante: su memoria.
De olvido a icono
El día que Jorge Pérez leyó por primera vez lo ocurrido en aquel pasaje de Torremolinos tuvo claro que hacía falta investigar mucho más, se puso en contacto con asociaciones, historiadores, universidades, buscó a las personas que lo vivieron en persona, que fueron testigos.
Con todo esto comenzó a reconstruir la historia del lugar, de las personas que lo hicieron posible, y creó una asociación: la Asociación Pasaje Begoña.
Su primer propósito fue recuperar el buen nombre del pasaje, reconocer su importancia como embrión del movimiento LGTBI en nuestro país. “Lo importante del Pasaje Begoña no fue la redada sino los nueve años anteriores, todas las historias, todas las personas que hubo detrás. Figuras revolucionarias como Manolita Chen, como Sandra Almodóvar. Su revolución no fue con piedras, fue con canciones”.
El 31 de octubre de 2019, el pleno municipal del Ayuntamiento de Torremolinos acordó, a petición de la Asociación Pasaje Begoña, devolverle a este rincón abandonado su nombre original. Desde entonces una intensa labor de restitución y dignificación han permitido al pasaje lograr multitud de méritos. Hoy está reconocido como lugar de Memoria Histórica y cuna de los derechos LGTBI, también forma parte de la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia y está hermanado con el mítico Stonewall. Aparte de esto, destaca Jorge, el pasaje fue nombrado “primer lugar de interés turístico de Málaga, antes que la Catedral o el Caminito del Rey”.
En el año 2022 Correos quiso rendir homenaje a este espacio y sus historias instalando frente a la galería comercial el primer buzón arco iris de España. También emitió un sello conmemorativo que ha sido el más vendido de su historia. El buzón y su bandera lucen hoy ante un pasaje que muestra con orgullo su nombre en un cartel y una placa. Aunque, como reconoce Jorge Pérez, todavía queda mucho por hacer. La rehabilitación no solo debe ser simbólica, sino también física.
Para ello la asociación solicitó una subvención europea que tras años de espera le acaban de conceder. Con ella se rehabilitará el edificio, todavía deteriorado. El siguiente paso para devolverle el brillo y la gloria a este lugar de memoria vendrá estructurado en tres partes.
Por un lado se pretende instalar una zona de hostelería, música, teatro y cabaret que vuelva a convertirse en el epicentro cultural de la ciudad. También se quiere crear un espacio para emprendedores con proyectos o pequeñas empresas que tengan que ver con el colectivo LGTBI. Por último vendrá la parte museística, un lugar donde los visitantes puedan sumergirse en la época dorada del Pasaje y de otros espacios de memoria LGTBI. “Un lugar donde no solo exponer papeles, sino contar historias. Es nuestra memoria y tenemos que reivindicarla, igual que han hecho colectivos como los negros o los gitanos”.
El Pasaje Begoña, su patrimonio inmaterial, seguirá en los próximos años haciendo historia. De hecho, será punta de lanza de la candidatura de Torremolinos para acoger en 2027 el Orgullo Europeo o Europride. La ciudad ofrecerá además de sol, playa y buenos hoteles, la fortaleza de un pasado, de una memoria imperecedera. “Aquí se sintieron libres y tenemos que sentirnos orgullosos”, insiste Jorge. Con suerte, de ser elegida Torremolinos como sede para este evento internacional, el viejo pasaje con forma de L volverá a ser lo que con tanto esfuerzo peleó. Un símbolo de alegría, de ruptura, de creatividad, de libertad.