En Mijas, hace más de treinta años, en una tarde de Jueves Santo cargada de presagios, María Jesús, conocida por todos como Mariquilla, no pudo contener las lágrimas al ver que nadie acudía a procesionar al Cristo de la Paz, que aguardaba a las puertas de la parroquia la Inmaculada Concepción. “Miré al Cristo solo, tan bonito, y me eché a llorar. No podía permitir que eso pasara”, confiesa.
Corrió la voz y, en cuestión de minutos, un grupo de muchachas del pueblo se reunió a su alrededor. “Me dijeron que ellas solas sacarían al Cristo, que no necesitaban ayuda de los hombres”, recuerda. Al principio, la idea parecía una locura. “Las cuestas de Mijas son traicioneras y el trono es pesado”, admite, “pero ninguna quiso dar un paso atrás”. Y así, aquellas mujeres tomaron la iniciativa y llevaron al Cristo de la Paz por las calles del pueblo, marcando sin saberlo el inicio de la historia de la Cofradía de la Paz.
Al día siguiente, Lázaro, un devoto de la parroquia, conmovido por la valentía de María Jesús y su amigo Joaquín, tomó una decisión que cambiaría sus vidas: serían los fundadores de la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Paz, María Santísima de la Soledad y San Juan Evangelista. “Pensé que no sería capaz, pues no teníamos ni idea… Nunca imaginé que aquello se convertiría en algo tan grande”, confiesa María Jesús.
El camino no ha sido fácil. “Hemos dado todo lo que teníamos”, reconoce. Desde la financiación de los primeros enseres hasta la creación de las imágenes de la Virgen y de San Juan, cada logro ha sido fruto de un sacrificio enorme. “Nos costó muchos años conseguir la Virgen, y aún más completar el conjunto con San Juan. Pero, poquito a poco, lo hemos logrado”.
Hoy en día, la Hermandad del Cristo de la Paz se ha consolidado como una de las más emblemáticas de Mijas, un referente de devoción y tradición en la Semana Santa del municipio. “No pensábamos que podríamos llegar a esto”, dice María Jesús con una sonrisa cargada de orgullo y emoción.
Pero así fue. Más de 100 portadores y portadoras, junto a decenas de niños y adultos, acompañan cada Jueves Santo las sagradas imágenes en su recorrido por las calles del pueblo. La Casa de Hermandad, custodia de esta historia forjada en fe y esfuerzo, alberga no solo enseres procesionales, sino también un legado imborrable que trasciende lo material. Y así, más de tres décadas después, el Cristo de la Paz nunca ha vuelto a estar solo.