En la época de Netflix, de HBO, de Amazon, de los directos en Instagram, en Tiktok, en Twicht, del consumo rápido, fácil y desmedido de imágenes, hablar de un videoclub tiene el atractivo de lo exótico, la magia de un gabinete de curiosidades y aun así todavía sobreviven por España algunos de estos negocios irreductibles. En Marbella lo había. Para ser correctos, lo hay, al menos hasta el próximo 22 de diciembre. Ese día cerrará sus puertas Al-Cine, el último videoclub de la Costa del Sol y uno de los pocos que aún resisten en España. Después de 37 años en pie, se apaga uno de los faros culturales de la ciudad, el lugar donde varias generaciones seguidas aprendieron a amar el cine. “¿De verdad que cierras?”, pregunta estos días uno de sus últimos clientes, “qué pena más grande”.
Jesús Baeza, el alma máter de este mítico negocio de Marbella junto a su mujer Carmen Calvellido, se jubila y con ello cierra un largo capítulo en una vida llena de vaivenes inesperados. Él, que estudió Periodismo pero lo abandonó para ser artista flamenco, que dejó de lado el flamenco para montar un videoclub. Era el año 86, entonces parecía un negocio con futuro.
“En aquel momento había unos diez o quince videoclubs en Marbella. Con un par de amigos se nos ocurrió la idea de montar uno. Empezamos con cien películas, tuvimos que ir en furgoneta a comprarlas a Madrid”, cuenta Baeza.
El negocio del videoclub es el como el de las librerías, uno tiene que amar lo que vende y Jesús siempre amó su género como el que más. “Yo antes de ser tendero de videoclub fui cliente y me llamaba mucho la atención la poca calidad que había entonces. Estaba Rambo, Dallas, Pajares y Esteso y poco más. Yo siempre buscaba cosas raras, películas de Kubrick, Coppola, Scorsese, Clint Eastwood. Al montar mi propio videoclub intenté aportar esa calidad”.
El 8 de marzo de 1986 abrió Al-Cine en un pequeño local dentro del Edificio Alfil, en las instalaciones del antiguo cine. Entonces con un puñado de cintas VHS y sin ordenadores, tenían que apuntar los nombres de quienes las alquilaban en una pequeña libretita y confiar en que tuvieran la cortesía de devolverlas rebobinadas después. “No ocurría casi nunca”, reconoce Jesús, “todos los lunes teníamos que poner cinco máquinas rebobinadoras para las películas que se alquilaban los fines de semana”.
En ese ir y venir de cintas se fue cimentando el éxito de este pequeño videoclub, que pocos años más tarde tuvo que buscar un local más grande para dar cabida a todas las familias, grupos de amigos, cinéfilos en potencia que semanalmente acudían a Jesús para que, como un médico de confianza, les recetara qué película ver.
“Llegamos a ser un negocio muy importante”, admite y pone como ejemplo un viejo hito histórico del videoclub Al-Cine, en 1988, coincidiendo con la víspera de la primera gran huelga general. “El día de la huelga ni en la televisión trabajaron, por eso el día de antes todo el mundo vino al videoclub. Llegamos a alquilar mil películas en un día. Se lo llevaron todo, las estanterías quedaron vacías”.
Después de eso vinieron los años 90 y el principio de los 2000, el cambio del VHS al DVD, la época dorada del alquiler de películas. “Llegué a contar unos veinticinco videoclubs en Marbella”, asegura Baeza, que para entonces ya se había trasladado a su sede definitiva, en la calle Jacinto Benavente. Desde ahí todo empezó a caer.
Si bien el sector ya había sufrido muchas crisis antes: primero las cadenas de televisión –“nuestra primera gran crisis fue cuando empezó a emitir Canal Sur”, cuenta Baeza-, luego la piratería… fueron las plataformas quienes empujaron a su triste desenlace.
“Siempre hemos estado bajo amenaza, pero lo de las plataformas fue definitivo”, explica el propietario de Al-Cine. La comodidad, el bajo precio, el hecho de que muchas de las películas dejasen de salir en formato físico provocaron la caída en cadena de cientos de videoclubs en toda España. De siete mil en 2005 pasaron a menos de 300.
Los que aguantaron como el propio Al-Cine tuvieron que reconvertirse. En su caso, combinaron las películas con una tienda de ultramarinos gourmet. Además, también organizaron conciertos, presentaciones de libros. Hasta que vino una crisis más: La pandemia. El mismo confinamiento que favoreció el crecimiento de las plataformas audiovisuales terminó por arrebatarle el oxígeno a los últimos videoclubs que aguantaban, la remontada se hizo casi imposible.
Aun así, a Jesús Baeza no lo echa Netflix, se va porque le toca descansar y porque ninguno de sus hijos quiere seguir con el negocio. Hace una semana anunció el cierre en redes sociales con una promoción especial: “alquile su última película y llévesela para siempre”. Es una manera de repartirse entre los hogares de Marbella.
“Mucha gente viene estos días a llevarse películas y, claro, se ponen tiernos, les da pena. Nosotros hemos visto crecer a mucha gente en el videoclub, clientela que se ha criado con nosotros. Yo lo llevo bien porque ahora voy a tener tiempo de sobra para hacer lo que me dé la gana, para tocar la guitarra, ver películas. Al menos, una de las alegrías que me llevo es que un montón de aquellos primeros clientes que venían preguntando por Rambo o por Fernando Esteso a los seis meses ya estaban preguntando por Clint Eastwood, Coppola, Scorsese. Siento que he colaborado en algo”.
¿Matarán las plataformas al videoclub?, ¿Acabaran todos cerrando como cierra Al-Cine? Jesús cree que sí, “es ley de vida”. Aun así la experiencia no será nunca la misma. Porque no es lo mismo elegir una película solo en casa que perderse entre los pasillos de un viejo videoclub, mover el cursor en una pantalla que sostener y palpar una carátula en la mano, dejarse aconsejar por un algoritmo que dejarse aconsejar por Jesús.
Al-Cine dirá adiós el 22 de diciembre, se va con más de treinta mil socios en la libreta –ahora sí informatizada en el ordenador-, casi un cuarto de la población de Marbella. Muchos de ellos seguramente acudan estos días a despedirse, a llevarse sus películas casi como un fetiche –pocos tendrán ya en casa un reproductor de DVD-. El propio Jesús también se ha reservado algunas, las guarda en una pila frente al mostrador. Entre ellas hay DVD sobre flamenco, algo de cine español, una película del director francés Michel Gondry, ‘Rebobine por favor’, una bella cinta que habla sobre cómo las películas de un videoclub desaparecen de repente. Una metáfora cinematográfica en sí misma.