«¿Donde está el arquitecto Waen?‘ preguntó el promotor. Mi secretaria le indicó cuál era mi oficina. Él entró por la puerta y me dijo ‘¿Una mujer? Yo con una mujer no firmo nada’. Se dio la vuelta y se marchó». Al poco tiempo, la arquitecta Waen descubrió que el proyecto finalmente se realizó. Su idea sí fue llevada a cabo, pero no con su firma.
Aunque lo parece no se trata de ningún relato de ficción. De hecho, podría pertenecer a cualquier mujer, independientemente de su edad, profesión o nacionalidad. Pero esta historia lleva nombre y apellidos. Es la vida de Graciela Waen Herrendorf, conocida en su ámbito profesional como ‘la arquitecta Waen’. Nacida en Buenos Aires, desde hace 35 años es dueña de su propio estudio de arquitectura -Waen Arquitectos- con el que realiza proyectos para toda la Costa del Sol.
Con tan solo 11 años, Graciela lo tenía claro. Quería dedicar su vida al arte y la arquitectura: «Me enamoro de todo lo que hago. No se trata de geometría, me gusta crear un espacio donde quien el que vaya a vivir se sienta arropado, como si fuese su segunda piel», cuenta en una emotiva entrevista a AZ Costa del Sol.
Lo suyo es «puro amor» por la arquitectura. De hecho, su profesión la ha marcado durante toda su vida. A sus 21 años de edad -ahora tiene 73- se graduó en Argentina como arquitecta, aunque ya durante la carrera había estado trabajando en obras. Fue en ese momento cuando comenzó a vivir situaciones con las que «ha tenido que lidiar» durante toda su carrera: «Cuando me veían tan joven y siendo mujer en una obra la gente me preguntaba que si me pasaba algo o me estaban haciendo algo, se sorprendían de que una mujer se interesase por este mundo. Una vez, una niña pequeña se me acercó y me preguntó: ¿Señora, qué hace usted aquí?«.
A sus 38 años dejó su país para venirse a vivir a la Costa del Sol. Una de sus primeros grandes proyectos fue la rehabilitación del Hotel Cortijo Blanco, en San Pedro de Alcántara. Desde Marbella, comenzó a llevar a cabo sus primeros proyectos como arquitecta en España.
Asegura que son muchas las situaciones a las que se ha tenido que enfrentar por «el hecho de ser mujer». Una de ellas fue justo al comenzar su andadura en la Costa del Sol: «Me habían encargado un edificio, el proyecto estaba ya para enviar al Colegio de Arquitectos, solo faltaba la firma de uno de los promotores. Uno de ellos se negó a firmar solo por el hecho de que era mujer. Se realizó, pero no con mi nombre. Esa fue la primera. Un golpe fuerte», afirma.
A raíz de ese momento, comenzó a llevar a reuniones con grandes empresarios al aparejador o a un contratista: «Aprendí que en reuniones importantes era mejor llevarme a algún hombre. En muchas, ellos ni hablaban, era yo quien explicaba el proyecto. Sin embargo, algunos inversores no me miraban a mí, les hablan a ellos. Soy mujer y conmigo muchos no quieren negociar».
En las obras explica que muchas veces no saben que es ella la arquitecta, hasta que ella lo recalca: «Aprenden que soy yo quien dirige, que las cosas se hacen como yo digo, que yo soy la arquitecta». Cuando llegó a España, sintió que «parte de su libertad como mujer ya no existía»: «Cuando me subía a los tejados para ver como iban las tejas me decían ‘Cuidado señora, que se va a caer‘. Yo les decía ‘pero, ¿y qué diferencia hay entre tú y yo?«.
Una situación que, bajo su opinión, «no ha mejorado con el paso de los años». De hecho, afirma que actualmente le sigue ocurriendo. Cuando los proyectos se encuentran en proceso de concurso, prefiere no firmarlos, para no «jugar en desventaja»: «Si pongo mi nombre, aunque yo estoy muy orgullosa de él, posiblemente quede descartada por ser en femenino», afirma.
Por ello, critica que «las mujeres tenemos que demostrar más en nuestro trabajo para llegar a ser igual de reconocidas que los hombres». Su inquietud por la igualdad y otros derechos sociales la acercaron hasta la Asociación de Mujeres Universitarias de Marbella, donde ahora es la presidenta. Un espacio que la ha dotado de «grandes experiencias culturales y enriquecedoras».
Una de las «más gratificantes» es la ayuda que se ofrece desde la asociación a chicas jóvenes cuyas familias no cuentan con los recursos necesarios para que estudien una carrera universitaria: «En algunas familias, si no tienen recursos suficientes para costear una formación académica, el que se va a estudiar es el chico. Desde 2014 hemos ayudado a más de 70 mujeres. Una de ellas, ahora es juez. Es una satisfacción enorme», afirma.
Sobre el movimiento feminista y el camino hacia la igualdad, Gabriela asegura que «hay que educar desde la infancia» y tiene «muy claro que no se trata de pisar al hombre»: «Los hombres y mujeres somos diferentes, tenemos capacidades distintas, lo percibo en mi trabajo pero todos somos personas. No debemos de pisarnos, sino caminar juntos en el camino», afirma.
No obstante, como cada 8M, reconoce que «aún es necesario seguir reivindicando nuestros derechos como mujer»: «No me pongas techo de cristal en mi sueldo porque no soy hombre, no me limites en mi crecimiento profesional porque no soy hombre, soy mujer y arquitecta y ambos tenemos las mismas oportunidades», concluye Graciela.