Unos cuatro kilómetros y medio de ruta atravesando las entrañas de un escarpado desfiladero. Casi dos horas de camino a ritmo tranquilo subiendo, bajando, esquivando rocas, poniendo a prueba la agilidad, el vértigo. Un recorrido bellísimo y singular para los amantes del senderismo y la montaña. Pero eso sí, con el cuerpo bien en remojo.
El río Guadalmina en Benahavís ofrece a aquellos que escapan de la playa una refrescante alternativa. Sus populares Angosturas constituyen hoy una de las rutas de barranquismo más atractivas de Málaga. Con tramos a pie y otros a nado, caudal constante y dificultad moderada. La opción perfecta para los aficionados al barranquismo y el turismo de aventura, pero también para aquellos que se animen a probarlo por primera vez.
La ruta de las Angosturas está considerada una de las cinco rutas de agua dulce más visitadas de Málaga, además forma parte de un espacio protegido. El Cañón de Las Angosturas está dentro de la Zona de Especial Conservación Sierras Bermeja y Real y del Georrecurso 621 Angosturas de Benahavís.
Las pozas, todas ellas de una belleza natural espectacular, tienen diferentes profundidades, lo que permite parar, descansar y disfrutar de un buen chapuzón sin prisas.
Los más atrevidos pueden saltarlas tirándose desde alguna de las grandes rocas que rodean las cavidades, algunas con saltos de hasta tres metros. Los más prudentes tienen también la opción de lanzarse al agua a través de toboganes naturales que hay sobre la roca erosionada. Sea cual sea la elección, el trayecto sin duda merece la pena.
Un sinuoso recorrido
La ruta comienza en el mismo casco histórico de Benahavís. Lo mejor es aparcar en la zona baja del pueblo y caminar por el sendero lateral hasta desviarse por una vereda terriza. Aquí es donde el recorrido regala el primer baño de la ruta en el popular Charco de las Mozas, declarado Monumento Natural.
Situado bajo el tajo de los Novios, el topónimo alude a la leyenda de unos enamorados supuestamente desaparecidos en esta zona. Un auténtico oasis de frescura rodeado de grandes adelfas, viñas salvajes y enormes pinos. Una piscina natural que incluye –solo para los más experimentados y atrevidos– un salto de varios metros de altura.
A partir de ahí, siguiendo río abajo, el cauce del río comienza a estrecharse, de ahí el nombre de las “angosturas”. El recorrido intercala pequeñas pozas embovedadas en las que no hay más remedio que sumergirse y nadar con tramos en superficie en los que ir caminando sobre las piedras, por supuesto con cuidado de no resbalar por el camino.
El cañón se divide en cuatro pasillos de diferente morfología. El primer tramo es algo quebrado y el agua no cubre más allá de las rodillas. A partir de ahí se penetra en la primera angostura, la más abierta, la cual deja entrever arriba las barandas del paseo, junto a la carretera.
La segunda estrechez se caracteriza por la mayor altura de las paredes que la rodean y la mayor profundidad también de las balsas de agua.
No obstante, el barranco alcanza su tramo de mayor belleza en la tercera angostura, donde los tajos se estrechan sin dejar pasar apenas la luz del sol. La impresión es la de una especie de cueva sin techo, un pasillo de piedra angosto, con grandes bloques encajados a ambos lados del curso del río.
Una vez pasado este tramo de película se llega a una pequeña presa, cuyo único escollo es precisamente destrepar el muro. Lo mejor es descender sentado por la apertura de la orilla izquierda, como si fuera un tobogán, pero con la precaución de ir cayendo despacio. A continuación sigue el último tramo del desfiladero con aguas profundas que deben pasarse a nado y que descienden por el cañón hasta la charca final. La llamada Playita de los Tubos.
Después de este último chapuzón, la vuelta al punto de inicio se puede realizar por un sendero protegido y bien delimitado que transcurre junto a la carretera y que lleva de nuevo hasta el pueblo, incluyendo varios puentes de madera que sobrevuelan las angosturas por las que se acaba de descender.
La ruta, en general, no es complicada pero sí se necesita una buena dosis de confianza y llevar calzado y ropa adecuada. Sobre todo para prevenir caídas en las piedras más resbaladizas, es buena idea llevar escarpines con suela adherente y grosor suficiente. Del mismo modo se recomienda también el uso de neopreno para los más frioleros. Hay que tener en cuenta que incluso en pleno verano la temperatura desciende varios grados, ya que el trayecto va siempre en sombra. También es recomendable llevar bolsas y recipientes estancos para proteger móviles, cámaras fotográficas u otros objetos de valor.
Entre pinos y libélulas
Además de la belleza natural de la garganta de rocas metamórficas, el Guadalmina se caracteriza también por una rica flora y fauna.
La cabecera del río alberga por ejemplo manchas discontinuas de castaños, pinos de Monterrey, quejigos y alcornoques, mientras los inmensos pinares son los dueños absolutos de las escarpadas laderas que flanquean el cañón.
Entre la fauna se pueden encontrar simpáticos acompañantes en el camino como nutrias, peces de río como el bordallo del Genal, pero sobre todo libélulas. Entre las oquedades del descenso, numerosas libélulas azules aportan a la estampa del río su pequeño toque de ensueño. Entre ellas, destaca la especie ‘Zygonyx torridus’, la libélula de mayor tamaño de la península, que tiene en la provincia de Málaga su mayor población a nivel estatal.