Me hice el remolón e incluso me busqué algún achaque; hasta que finalmente encendí mi ordenador y abrí el procesador de textos. Ahora tocaba lo peor al tener que enfrentarme a una página en blanco que tenía que llenar, pues me había comprometido a entregar mi columna antes del fin de semana y, según parece, las musas andan también de vacaciones, lo que me creaba cierta desazón.
Primero pensé, aprovechando el sentimiento patrio que ha generado, comentar el triunfo de la Selección Española de fútbol, antes de que la bandera y el himno nacional vuelvan a ser denostados por quienes los consideran símbolos rancios para algunos, según dicen, trasnochados españoles. No obstante lo descarté temiendo que las teclas de mi ordenador me llevasen, involuntariamente por supuesto, a tocar el “risueño y entusiasta” saludo de Carvajal a Sánchez, asunto que a más de uno le podría escocer y no es lo más apropiado para el espíritu vacacional que debe imperar en estas fechas de paz y sosiego.
Otra opción, también deportiva, sería regodearme escribiendo sobre el fantástico triunfo de Alcaraz que, reconozcámoslo, ha quedado algo eclipsado en los medios de comunicación por la “Roja”; a pesar de que ganar Wimbledon dos años seguidos, ante uno de los más grandes tenistas de la historia como es Djokovic, no es moco de pavo, que diría uno de mi pueblo que presume de eso que llaman sabiduría popular. Claro que siempre está el recurso de acudir al noticiario de televisión, que suele dar algo de juego con las continuas sandeces que nos regalan a diario algunos de nuestros políticos. Por cierto, hay que ver la chorrada, sobre el éxito futbolero, que ha dejado caer ese diputado, que todo lo sabe teatralizar con tanta habilidad y burla, diciendo que son los vascos y catalanes quienes hacen el buen juego y marcan los goles para que los jugadores españoles se aprovechen. Lo dice con su sorna habitual, a la que nos tiene acostumbrados, y a veces hasta le ríen las gracias algunos que parecen olvidar que nuestros representantes políticos están para servir a la ciudadanía y no para otros menesteres.
En fin, que después de dar muchas vueltas he desechado la idea de escribir hoy sobre nuestros sufridos políticos; bastante tienen ya los pobres con su tarea tan cuestionada a menudo. De modo que me he decidido por un tema con el que difícilmente podría pisarle el callo a nadie. Se trata de contar algo sobre las estupendas vacaciones de mi adolescencia, donde tras un duro curso escolar, aprendiendo enrevesados problemas de ecuaciones y otros intrusos con don Humberto, llegaba el verano y aquello era inolvidable, qué digo… era como tocar el cielo.
Aunque ahora que me doy cuenta, tengo que acabar pues he de entregar mi columna y no me queda más tiempo. Ya os contaré algo sobre esos veranos de mis catorce o quince años en que creía posible conquistar el mundo y cuantos inexpugnables castillos se me pusieran a tiro; pero eso será ya otro día. Ahora toca playita, relax, un espeto de sardinas, una cervecita… y la tele ni encenderla, vaya a ser que aparezca algún político y nos dé el día y hasta noche. Lo dicho, feliz verano.