Confieso que mi madre me suele “regañar”, yo a mis años y ella con los suyos, cuando escribo sobre asuntos de política. Lo cierto es que me resisto a cumplir sus deseos ante el provocativo panorama que la actualidad nos muestra a diario; aun así hago el firme propósito de darme una tregua, aquietar mis neuronas que andan un tanto alteradas, aunque igual es cosa de la primavera que ya se sabe eso que dicen de que la sangre altera, y procurar que no me saque de mis casillas la avalancha de promesas, de las que la mayoría caerán en saco rato, que lanzarán los candidatos en los procesos electorales que tenemos hasta junio. Aunque, ya puestos, prolongaría mi propósito de calma y resignación hasta final de verano e incluso más; siempre, claro está, que a Puigdemont y compañía no les dé por dejar caer al gobierno central debido a la tacañería de Pedro Sánchez con ellos, que hay que ver cómo es éste hombre negando siempre a los sufridos nacionalistas sus escasas y razonables peticiones.
Y ya que voy a tomarme un reparador descanso en relación a mis opiniones periodísticas sobre lo que nos ponen en bandeja los políticos de turno, aunque no estoy muy seguro de hacerlo, quiero comentar algo que siempre me llamó la atención. Verán, acaban de celebrarse las elecciones vascas y ya esa misma noche, tras el recuento de votos, se adelantó el más que probable acuerdo de gobierno que no es otro sino el mismo que durante la pasada legislatura ha decidido sobre la vida de los vascos. Pues bien, parece raro pero todos los partidos que han obtenido escaños estaban esa noche contentos, yo diría que algunos hasta exultantes, con sus resultados; a pesar de ser muy exiguos en algunos casos o de la sensible bajada en otros. Ni uno sólo de ellos hizo autocrítica; todos satisfechos, aunque eso no es nada nuevo, y sintiéndose muy ufanos de lo conseguido aunque incluso hayan perdido representación.
Eso es ya algo inherente a la forma de actuar de nuestros políticos que se han aprendido muy bien ese papel, tan teatral, que representan en la noche electoral. Solamente en una ocasión oí a un político, ya retirado, que no tuvo reparos en decir, ante el micrófono del periodista que lo entrevistaba, que él no se sentía en absoluto satisfecho y que para su formación eran los resultados obtenidos un fracaso sin paliativos. Por cierto, me cruzo con él cuando, caminando por el paseo marítimo, me dirijo muchas mañanas a mis sesiones de gimnasia. Nunca he hablado con él, aunque no descarto hacerlo, pero al verlo me entran ganas de pararme, presentarme y mostrarle mi respeto por la dignidad y seriedad con que desarrolló su actividad en la política local durante muchos años. Vamos, que muchos deberían tomar nota y ya de paso dejar de tomarnos el pelo a los ciudadanos de a pie, quienes, dicho sea de paso, no somos tan tontos y, aunque no lo parezca, tenemos una paciencia que sí tiene límites.