De nuevo, Málaga tendió su alfombra roja para acoger, esta vez, la 27 Edición del Festival de Cine 2024 en el cual se presentaron y compitieron trabajos de lo más variopinto. Conseguir un galardón es la ambición a la que aspiran todos ellos.
Las Biznagas son de los más bonitos y románticos premios que se otorgan en este tipo de certámenes. Cada película es como una maroma de esparto entrelazada con otras muchas formando cenachos de luces, cámaras y sonidos.
Si tuviera que elegir entre lo más destacado de esos vertiginosos días de duración, me quedaría con la amabilidad de todas las personas que trabajan en las salas donde se exhiben las películas; siempre con una sonrisa y algún ocurrente chascarrillo que alegra el día. Muchas gracias. Sin ellos el Festival no sería lo mismo.
El hotel AC by Marriot o AC Málaga Palacio para los nostálgicos, uno de los hoteles con más solera de la capital de la Costa del Sol, se convierte en una suerte de «camarote de los hermanos Marx«, repleto de gente, aunque eso sí, distinguida y glamurosa.
Arriba del todo, en la azotea, se dan cita los medios de prensa junto a famosas figuras de las artes escénicas entrevistadas para promocionar sus últimos trabajos. Las vistas son tan espectaculares, que ni siquiera las gaviotas que por allí paran, atraídas por el barullo de focos, cámaras y demás parafernalia, se resisten a posar, inmóviles y bellas, al mismo tiempo que emiten, sin esfuerzo, empoderados graznidos que no vienen en el guion.
Sin duda, otra de las interesantes actividades es la de poder asistir a las «ruedas de prensa» que tienen lugar en la misma sala de cine donde previamente se ha exhibido la película. En ellas, se hacen preguntas a los protagonistas, directores, productores… para conocer sus puntos de vista, saber qué les ha motivado, cómo han preparado a esos personajes que encarnan.
Precisamente, y esto también es algo para agradecer al Festival de Málaga, es que no hay que trasladarse a otra sala o lugar previsto para ello, como sucede en otros festivales internacionales en los que participo como redactora. En San Sebastián, Berlín o Venecia hay que ir precipitadamente para conseguir un asiento, debido a que esos espacios no suelen ser tan grandes como los cines donde se han visionado las películas.
Sin embargo, a pesar de la positiva impresión que tengo cada año del Festival de Málaga, sí hay algo que se echa en falta, y es la habilitación de una o varias «sala de prensa» donde hubiera wifi, mesas, sillas y enchufes para poder trabajar cómodamente. Ahí lo dejo.
El Cervantes, los Albéniz, el Echegaray, los Rosaleda y otros escenarios, se convierten durante esos días en un segundo hogar donde reír y llorar, sentir empatía o indiferencia, en definitiva, gratos lugares donde dar salida a emociones, a menudo reprimidas, al amparo de una oscuridad cómplice que nos envuelve.
Por todo esto y mucho más, nunca mejor dicho que esa frase de… ¡Nos vemos en el cine!