Viendo el panorama de estos días con los tractores cortando carreteras y ocupando el centro de grandes ciudades, me pongo a pensar en un conocido refrán: «Al perro viejo todo se le vuelven pulgas».
Quienes hemos pasado nuestra infancia en un pueblo, sabemos del trabajo tan sacrificado y duro que conlleva la actividad agrícola, así como la lista de incertidumbres y preocupaciones que a lo largo del año sufre el agricultor: Que si no llueve y el abono echado no va a servir para nada, que si el herbicida no ha hecho efecto, que las continuas heladas han dañada la espiga, que en abril no ha caído ni gota de agua, que la cosechadora no viene en su tiempo o que el precio del cereal está por los suelos porque han llegado a Málaga dos barcos cargados de trigo. Y con los productos hortofrutícolas más de lo mismo.
Una vida, demasiado dura y pocas comodidades, la de los trabajadores del campo que no pueden salir adelante si esto no toma otros rumbos más razonables, pues resulta difícil de entender cómo cualquier producto, que en origen se paga a un precio irrisorio, luego el consumidor final que va al supermercado acaba pagándolo en muchos casos por un importe veinte veces superior. En ese trayecto seguro que intervienen varios agentes que desde luego sacan partido, pero de lo que no me cabe la menor duda es que quien trabaja la tierra tiene que tener mayor ración en la tarta; ya me entienden.
Circulan muchos rumores acerca de quienes son los que participan en esas movidas de estos días a bordo de un tractor. Unos dicen que son los propios dueños de las fincas y que ya ganan bastante a costa de los bajos salarios de sus trabajadores y de las subvenciones que reciben, mientras que otros defienden a capa y espada que se trata de obreros del campo que se las ven y se las desean para llegar a fin de mes. Sin embargo, sean quienes sean los protagonistas de esas movilizaciones que tanta incidencia están teniendo en el tráfico, lo cierto es que hay una gran masa de pequeños autónomos que en estas condiciones no pueden defender su situación por los bajos precios que reciben por sus productos mientras que otros se llevan la tajada.
Para colmo de males, hay que añadir que también en esta parcela de la economía somos el culo de Europa y, como tales, nos machacan todos, empezando por los franceses que tiran nuestros productos que intentamos transportar en camiones a otros países. Asimismo nos acusan, incluso políticos de renombre, de que no seguimos las directrices marcadas por la Comunidad Europea en relación a la aplicación de productos fitosanitarios, cuando en realidad no hay ningún motivo para esa acusación.
Por si no teníamos bastante, nos acogota en varios lugares de España una terrible sequía, a falta de una adecuada red de canalización que lleve el agua de zonas húmedas a otras completamente secas, que viene a ser la guinda para finalmente concluir, como dice un conocido refrán, que entre todos la mataron y ella sola se murió. Lo peor es que si de verdad se muere el campo, especialmente el andaluz, no sé qué será de todos nosotros.