Para percatarnos de la evolución de una especie, tenemos que atender a acontecimientos y cambios genéticos que transcurren en una escala de millones de años. Este es el motivo por lo que no somos conscientes de la evolución de los seres vivos, porque nuestra escala de temporal es demasiado corta como para poder comprobar in situ, los cambios derivados de la evolución. Lo cual, supone que, con una edad media de 82 años, no llegaría al 0,01 % comparando con sólo un millón de años.
Si hacemos un símil con el dinero, podemos entender la diferencia de escalas, para un sueldo medio de 20.000 € anuales, la media actual en nuestro país supondría que alguien cobraría al año 200 millones. No cabe duda, que para aquel que ingresa esa cantidad el sueldo medio puede ser ridículo. Pues bien, lo mismo ocurre con nuestras vidas.
Se estima que como Homo Sapiens llevamos en la Tierra entre cien mil y un millón de años. En los últimos cien mil años hemos evolucionado de una forma radical, atendiendo a los avances tecnológicos, las herramientas que utilizamos e incluso la comprensión de nuestro entorno. Sin embargo, hay aspectos fundamentales de nosotros que prácticamente no han cambiado. El amor, la ambición, la traición, el sufrimiento, la frustración, el territorialismo son aspectos que están inculcados prácticamente en nuestro ADN. Tanto es así, que la literatura, escritos, cuentos describen de forma intemporal nuestro comportamiento. Nuestra forma de ser, nuestra esencia se nos antoja invariable.
Uno de esos escritos es la Biblia, base de esencial de los cristianos católicos. Para un agnóstico o ateo, las Sagradas Escrituras no es una historia que describe las andanzas sobre un mesías o un Dios que vino a salvarnos. Más bien se trata de un excelente libro de referencia, repletos de metáforas, hipérbolas que expone de forma anacrónica el comportamiento fundamental del Ser Humano, el invariable, que persiste en el tiempo. De tal manera, que varios pasajes podrían ser utilizados actualmente como referencia de un tratado sobre psicología, incluso aspectos que aparecen en otras religiones. La descripción exhaustiva de la debilidad, los errores que cometemos a lo largo de nuestras vidas, y la culpabilidad, como en el pasaje: “Quién esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. O la traición del quien fue el mejor amigo, tal fue el caso de Pedro o el propio Judas. Las escrituras están repletas de las inseguridades y los miedos que tenemos constantemente, sobre todo de aquello que no somos capaces de comprender. La mala noticia es que hay un océano de hechos, conceptos que no somos capaces de comprender, así que estamos evocados al fracaso.
Si echamos un vistazo a la historia, incluso superficial, comprendemos que como especie inteligente no somos capaces de aprender los aspectos básicos de la convivencia. Erramos y manifestamos la crueldad en los mismos términos que hace miles de años, eso sí cada vez más sofisticados. Por este motivo continúa habiendo guerras, conflictos, luchando contra nuestros semejantes. Defendiendo ideas, motivaciones, territorios, creencias y conceptos comunitarios. Preferimos salvar al delincuente Barrabás simplemente porque le conocemos y nos lleva en volandas de nuestras decisiones de aquellos que nos manipulan. Cuando se trata de una decisión de calado, nuestra ignorancia nos lleva a una manipulación burda o sutil.
Afortunadamente dentro del caos social que siempre hemos padecido por incultos, orgullosos o negligentes emocionales, hay un pequeño porcentaje de la masa que destaca y son el motor que hace que avancemos. Los actuales investigadores, científicos, emprendedores que actúan sin miedo eran aquellos sabios que entendían el comportamiento de la espera celeste, y eran guiados por una estrella hasta donde sabían que había nacido, al menos, alguien especial. Tal vez fuese el Mesía o el salvador, pero sin duda, se trató de alguien que marcó una diferencia con el resto.
Y como tal líder, fue agasajado como correspondía. En el pesebre, como el más humilde, le dejaron Oro, como un Rey, muestra de la importancia del acontecimiento. Incienso, utilizado en las conmemoraciones de cierta relevancia, sobre todo reservado para los Dioses. Una muestra de esa sabiduría que en un futuro demostraría con sus enseñanzas. Y la Mirra, mejor muestra de la humanidad y humildad. Porque al fin y al cabo todos somos humanos y en cualquier momento, podremos dejar este mundo. Porque puedes ser sabio, parecer un Dios, reinar, pero la muerte está constantemente presente. Y por supuesto, el sufrimiento. Adherido a cualquier ser vivo.
Tampoco hemos cambiado en la forma de expresar nuestras emociones. Después de más de dos mil años seguimos agasajando a los demás con un presente, como muestra de amor, compañerismo, respeto o afecto, pero ante todo un atisbo de ilusión y esperanza en la esencia del Ser Humano, algunos casos con Oro, Incienso o Mirra.
¿Y tú, qué prefieres?