Sin ser un recalcitrante aficionado a la «caja tonta», si bien creo que pierdo demasiado tiempo con ella, confieso que alguna que otra serie me engancha y procuro no perderme ni un sólo capítulo. Entre mis preferidas está «Cuéntame», sin duda la más longeva de todas y, según han anunciado, a punto de finalizar. Lo que está ocasionando una oleada de comentarios en los medios de comunicación, algunos haciéndose eco de quienes lamentan que ya no volverán a compartir los avatares de la familia Alcántara; mientras que otros, aliviados, se congratulan del final de una serie que consideran trasnochada. En fin, opiniones tanto para simpatizantes como para detractores de la misma.
Desde luego la serie ha tenido un mérito y es que, en horario de máxima audiencia, ha logrado congregar en torno al televisor a cientos de miles de seguidores, emocionados unas veces y risueños otras, que han visto un retrato de sí mismos y de la España del último cuarto del siglo pasado. Y además digo mérito porque a menudo olvidamos de dónde venimos -la serie se encarga de recordarlo- y no valoramos suficientemente lo que la generación de nuestros padres luchó, cada cual de acuerdo a sus posibilidades, hasta alcanzar conquistas que hoy disfrutamos aun con sus defectos y carencias.
No obstante, una de las lecciones que al menos yo saco de las andanzas de esta entrañable familia y su barrio a lo largo de tres décadas aproximadamente, es la necesidad de asumir que todo cambia, como dice la letra de una canción que canta Mercedes Sousa y con la que finalizaba uno de los capítulos. Siendo eso una obviedad, al analizar la situación política actual parece que no queremos darnos cuenta de que ya nada es igual que cuando estrenamos la democracia. Es más, independientemente de los bandazos a que nos tienen acostumbrados algunos o muchos de nuestros políticos, ya no se piensa de la misma forma ante cualquier asunto que cuarenta años atrás. Cualquier idea ha ido evolucionando en cada partido, desde luego en unos más que en otros, y hasta se producen serias e inoportunas discrepancias entre los antiguos y los más jóvenes militantes de una misma opción política.
Por la salud de nuestra democracia habrá que irse acomodando a los cambios, por supuesto siempre con la vista puesta en la Constitución, y a ser más tolerantes con ideas que no compartimos. Como asimismo, al margen de intereses electoralistas, habrá que tener mucho cuidado en la toma de decisiones que pueden suponer una auténtica metedura de pata tal vez difícil de rectificar. En ese caso, tal como le suele pasar a Antonio Alcántara por culpa de su vehemente carácter, puede que venga a calentarnos la cabeza alguien como Herminia, la entrañable abuela de la serie, con su machacona cantinela: «¡Ay, Señor, Señor! ¿Por qué no me habréis hecho caso?»