Hija de la bailaora Solera de Jerez y del pianista Mario Tamarit, la bailaora Susana Solera Chica aprende de la mejor escuela: la de su madre. Lo hace en la ciudad de Marbella, donde nació. Posteriormente, se forma en varias escuelas de Sevilla y toda Andalucía. A sus 18 años comienza a dedicarse al baile profesional de la mano de su hermana, con la que comparte trayectoria y la Academia Solera de Jerez en Marbella, heredada de su madre. Hoy, por el Día Internacional del Flamenco, nos adentramos en las raíces de la familia Solera de Jerez.
«Mi madre Solera de Jerez, su hermana Manuela Cano y su hermano Pericón de Jerez forman el trío ‘Los tres jerezanos’ donde comienzan a trabajar y dedicarse al mundo del flamenco», cuenta Susana Solera a AZ Costa del Sol. Así, su madre, que empezó desde muy pequeña a subirse a los tablaos, retoma su carrera en solitario después del grupo con sus hermanos. Una vida dedicada al flamenco que ha hecho a Susana y a su hermana crecer junto a él: «Nos viene de cuna, todo el día escuchando, cantando y bailando; la conexión y el vínculo con el flamenco lo teníamos desde pequeñas», explica.
El nombre de la familia se debe a la madre, quien pasa de ser la ‘Chavalilla jerezana’ a Solera de Jerez en relación a una metáfora con el vino: «Una vez alguien le dijo que tenía tanta calidad como la solera del vino, al ser de jerez, la llamaron Solera de Jerez», cuenta su hija. Desde entonces, la bailaora no solo lleva el nombre por toda la Costa del Sol, sino que recorre con él el mundo entero. Hoy en día, además, da nombre al cuadro flamenco de Susana Solera y a la Academia Solera de Jerez de Marbella, fundada por su madre y que Susana comparte junto a su hermana, la directora de la escuela.
«Es muy enriquecedor dar clases a los mas jóvenes y poder ayudarlos a que evolucionen el mundo del flamenco; además de ser un trabajo, la enseñanza es algo que llevamos en las venas», indica Susana. Una docencia que va mucho más allá de los palos del flamenco, ya que se trabajan valores como el compañerismo, el respeto, la unión y la admiración a otras bailarinas y academias: «Tienen que entender que es una profesión de mucho respeto, muy dura, donde hay que darlo todo y ser muy constante para poder sacar esto adelante».
La bailaora describe el mundo del flamenco como «maravilloso» pero «muy complicado» a su vez. Se trata de un deporte físico que conforme pasan los años va teniendo efectos en el cuerpo, sufriendo «lesiones graves», «desgaste de los huesos» y «dolores por todos lados». Algo que hay que esconder cuando se sale al escenario, donde «tienes que seguir adelante y bailar como si no hubiera un mañana».
Unas dificultades que, asegura, compensa todo lo bonito de este mundo: «Te hace vivir experiencias muy bonitas y sociabilizar con mucha gente. Desde mi punto de vista, bailar flamenco o cualquier otra danza es lo más fascinante que le puede pasar a una persona». Además, explica que al subirse al escenario se evade a un lugar «muy personal» donde nacen sus emociones y donde siente que «algo se activa en mi interior, me da vida».
Por ello, insiste en la necesidad de mantener vivo flamenco en las nuevas generaciones: «Es nuestro arte, nuestra cultura, la de nuestros pueblos desde hace cientos de años. Hay mucha pasión, mucha verdad y mucho amor», afirma la bailaora. Asimismo, resalta la importancia de entender sus raíces: «No solo es que te dediques a esto porque tienes talento y puedes hacerlo, sino que entiendas verdaderamente la raíz de todo: la pasión y el amor de este arte tan maravilloso que sana el alma».