La información, la comunicación, el aprendizaje, la cultura o el conocimiento nunca antes estuvieron tan alcance de la mano para cualquier persona, en cualquier rincón del mundo y prácticamente, accesible para todas las clases y bolsillos. Descubrir cualquier acontecimiento histórico, literario, político, bélico o geográfico está a menos de 10 segundos de nuestro alcance, tecleando en el teléfono móvil o cualquier aplicación de IA [Inteligencia Artificial] las palabras precisas.
La infinidad de posibilidades que ello permite ha transformado las sociedades del mundo como nada antes. Aspectos como ‘googlear’, ‘logear’, ‘steamear’, ‘tiktokear’ o ‘ghostear’ (no contestar a alguien sus mensajes de Whastsapp), forman parte de nuestra vida, de nuestras rutinas y de nuestro acontecer diario. Todo ello también nos está llevando a un grado de dependencia digital nunca antes conocido. Algunos expertos comentaban en televisión que hay jóvenes que sin batería son incapaces de razonar por sí mismos una alternativa. Herramientas e improvisación.
Estas opciones tan accesibles y sencillas nos están alejando, a todos, pero especialmente a los jóvenes de la cultura del esfuerzo, del sacrificio y por qué no decirlo, de la constancia para conseguir algo. Descubrir por uno mismo cosas. Privar a todas estas nuevas generaciones de saber quién fue Madame Bovary, el Conde de Montecristo, Hércules Poirot, quién vive en Baker Street o si me apuran, simplemente, jugar en la calle y relacionarse con otros niños más allá de un videojuego online, les está hurtando una serie de herramientas y experiencias fundamentales que necesitarán para enfrentarse a numerosas situaciones de la vida.
Realizar trigonometría o diseño en dispositivos digitales no les formará o ayudará el día de mañana para saber cómo pagar el trimestre del IVA, hacer la declaración de la renta, apuntar a un hijo en el registro o simplemente, qué hacer cuando se queda sin batería tu teléfono.
Leía el otro día en la BBC que uno de los neurocientíficos más prestigiosos de Francia (Michael Desmurget), publicó un apasionante estudio sobre los ‘nativos digitales’, respaldado por entidades tan reconocidas como el MIT (Massacgusetts Insitute of Technology) o la propia Universad de California. El ensayo pone en juicioa que esta generación que se está formando, por primera vez en la historia de la evolución del ser humano, será menos inteligente de lo que lo son sus padres.
Evidentemente, está trazado a brocha gorda, pero incide en la privación a través de la era digital, de una serie de herramientas, destrezas y conocimientos vitales y fundamentales para encarar las situaciones en las que más a prueba estaremos. Cómo salir y resolver un desengaño, el desempleo, la pérdida familiar o la capacidad de recomponerse y levantarse ante cualquier dificultad.
Esa sabiduría, ese conocimiento, se transmitía a través de los libros y de la calle, no detrás de una pantalla, de aulas interactivas (cada vez más son los centros que las está acotando) y del móvil. Sólo hace falta ver en cualquier concierto, monumento, espectáculo o evento de cualquier tipo, cuánta gente prefiere grabar qué está pasando, en lugar de disfrutar de la experiencia de vivirlo.
La innovación y nueva era digital tiene un sinfín de aspectos positivos y de desarrollo para las sociedades indispensables para el mundo que conocemos y en el que nos gusta vivir. Valemos mucho más. Pero la reflexión es la siguiente, ¿seríamos capaces de hacer algo verdaderamente por nosotros mismos si nos quedásemos sin batería?