Hacer una paella para cien personas requiere de varios ingredientes fundamentales. Lo principal, el arroz: diez kilos por lo menos. Luego van siete de pimientos, ocho de tomates, un par de cebollas. Tres pares de brazos para remover y un corazón robusto y grande, tan grande como la más grande de las paelleras. El corazón de Pepe Aragón.
Aragón -no se equivoquen- no se trata de ningún cocinero, no está en ningún palmarés del Michelin, sin embargo lleva casi cincuenta años dando de comer en Fuengirola, sobre todo cuando alguien con necesidad se lo pide. Desde enfermos de cáncer a pacientes con alzhéimer, niños sin recursos, mujeres víctimas de maltrato. Para todos ellos ha organizado Pepe comidas benéficas y multitudinarias. Arroces, fideos y calderetas que se multiplican por cientos y que le han valido a este vecino la Medalla de Oro de la ciudad. Solo tres personas la tienen y una de ellas es la Virgen del Rosario, la patrona. Eso solo puede significar una cosa: que Pepe es una persona verdaderamente especial.
José Aragón Alarcón nació en Fuengirola el 25 de septiembre del año 46. Seguramente sea éste el detalle de su biografía del que más presuma, porque Pepe adora su ciudad. De hecho, conoce sus calles mejor que el mismísimo callejero y los nombres sus vecinos con más precisión que el censo. Es el fruto de muchísimos años trabajando como repartidor de gas butano. “La calle enseña mucho”, suele decir Pepe. Entre otras cosas enseña a tratar con todo el mundo. Desde el vecino más ilustre –ahí está aquella vez que tuvo que llevarle una bombona al gran Paco de Lucía- al más necesitado.
Precisamente así fue, en torno al año 77, cuando una mujer se le acercó y le pidió ayuda. Un incendio le había destrozado la casa y no tenía medios para levantarla de nuevo. Pepe entonces organizó una caldereta de pescado para 400 personas y con el dinero recaudado y el esfuerzo de unas cuantas manos amigas logró que esa familia tuviera un hogar. Aquel sería el comienzo de una tradición solidaria que se convertiría en referente en Fuengirola. Pronto llegarían las paellas para doscientos, para quinientos, para mil. Las llamadas de las asociaciones, de las iglesias, de las hermandades. Todos buscando la ayuda de Pepe, el único que además de arroz, era capaz de cocinar algo mucho más difícil: la esperanza.
Medalla de Oro
“Yo hago esto por ayudar –cuenta hoy Aragón-. Es verdad que no es un trabajo fácil, hay que llamar a muchas puertas, pero yo esto lo hago sin pedir nada a cambio. Nunca digo que no”.
Su desinterés genuino no ha impedido que sus vecinos hayan querido premiar esa dedicación. En abril de 2019 varios colectivos sociales y culturales de la ciudad empezaron a recoger firmas, necesitaban seis mil para llevarlas al Ayuntamiento y pedir para Pepe la máxima distinción de la ciudad. En pocos meses superaron las veinte mil.
“Yo fui el último en enterarme. Un día me llamó la secretaria de la alcaldesa invitándome a un pleno extraordinario. Tenía que estar allí a las nueve de la mañana pero no me dijo para qué. Le pregunté a mi mujer y tampoco me lo dijo. Todos lo sabían menos yo. Cuando llegamos al Ayuntamiento resultó que yo era la orden del día”.
El pleno fue el 26 de agosto de 2020. Todos los grupos políticos acordaron aquel día por unanimidad otorgarle a Pepe la Medalla de Oro que hasta el momento solo había sido concedida a la patrona de la ciudad y al también fuengiroleño Valeriano Claros, que fue ingeniero de la NASA.
El acto de entrega fue un poco más tarde, en octubre, en el Palacio de la Paz, con aforo limitado por la pandemia. Aun así en aquella medalla estaba concentrado el agradecimiento de todas las personas que no pudieron asistir. Ya fuese de la Asociación Española contra el Cáncer, la Asociación de Voluntarios de Oncología Infantil, la Asociación de Enfermos de Alzhéimer, entre otros muchos colectivos.
La distinción reconocía “la honradez y el altruismo” de Aragón, pero también su “pasión” y su trabajo en defensa de las tradiciones de Fuengirola. Porque esa es otra de las grandes virtudes de Pepe, el haber defendido desde siempre las fiestas y tradiciones de su ciudad y, en especial, la Feria del Rosario. Esa feria –la última de toda la costa- a la que acuden cada octubre vecinos de toda la comarca y que hoy tampoco sería lo mismo sin Pepe Aragón.
El alma de la Feria
Cuenta Pepe que su primer recuerdo de la Feria es siendo todavía un niño. Cada vez que acababan las fiestas empezaba a guardar monedas en la hucha para las siguientes. Entonces aún se hacía la feria de ganado y no existía ni en el pensamiento el actual recinto ferial. La Feria se celebraba por aquel entonces junto a unos eucaliptos en la zona de hoy está el zoológico. Más tarde se llevó a la Avenida de Mijas, al Paseo Marítimo, al centro, donde empezaron a instalar cada año una caseta de madera donde los niños aprendían a bailar y, sobre todo, a buscar compañeras de baile. “Cantidad de matrimonios que hay en Fuengirola se hicieron por esos bailes”, recuerda.
Con dieciséis años, Pepe entró a formar parte de su primera peña, la más antigua de Fuengirola, la de Los Andaluces. Luego vino la Peña Diana, la de Juan Gómez Juanito, Colifor Cucú, Los Pacos, Nuevas Amistades. Vino la Federación de Peñas de Fuengirola de la que fue fundador y presidente. Vino el proyecto del recinto ferial, del que fue uno de sus grandes impulsores.
“Este terreno iba a ser para construir viviendas, todo casitas bajas. Menos mal que no se hizo. El 6 octubre del 84 inauguramos este lujo de recinto”.
Pasear por la explanada de la Feria junto a Pepe Aragón implica un viaje lleno de paradas -“Mira esta peña, esto lo puse yo”, “mira esta otra, aquí hicimos tal comida”- y es que su vida está ligada al trabajo duro de mantener muchas de estas instalaciones. Un trabajo que hace por amor.
“Los nativos de Fuengirola hemos amado mucho la feria. Aquí viene gente de toda Andalucía porque nosotros, los de Fuengirola, somos los mejores relaciones públicas”.
Hoy, con 77 años, Pepe Aragón es socio de cuatro peñas y socio honorífico de otras cinco. La última que puso en marcha se llama “Los artistas culinarios” y la forman solo diez matrimonios, los mismos que le ayudan en sus opíparos festines de solidaridad.
“Yo quiero mucho a Fuengirola. Yo he sido un enamorado de mi pueblo, me gusta todo, lo he andado todo, calle por calle”, explica Pepe. Y en la propia calle le dan la razón: “Si haces una encuesta en Fuengirola y preguntas por el nombre de alguien conocido seguro que te dicen Aragón”, dice una vecina.
“Eso es lo importante para mí, tener el agradecimiento de mi pueblo. Mira, cuando me dieron la Medalla de Oro recibí felicitaciones de todo el mundo, de una punta a otra. ¿Tú sabes lo bonito que es que gente de distintas mentalidades se levanten todos a la vez en un pleno?”, cuenta emocionado.
Pepe Aragón guarda hoy en su casa al menos tres paelleras y unas cuantas ollas de todos los tamaños dispuestas para el que lo necesite. La clave de una comida de las suyas –dice- es solo saber multiplicar. Los kilos de arroz, los de pimiento, los de tomate. En la cocina como en la vida, la clave es dar lo que uno puede y entre todos hacerlo más grande.