Hablar de Colomares es hablar de su creador, Esteban Martín. Un hombre tozudo, creativo, visionario. Un médico catalán que en los cincuenta marchó a trabajar a Estados Unidos y que, a su vuelta, compró un terreno en Benalmádena para su retiro de jubilación.
Esteban, que pudo dedicarse como tantos a descansar plácidamente al calor de la costa, decidió sin embargo dedicar los últimos años de su vida a construir un coloso de piedra. Marcado por la nostalgia del emigrante e inspirado por el quinto Centenario del Descubrimiento de América, quiso levantar con sus propias manos un particular homenaje a Cristóbal Colón.
“El Castillo Monumento Colomares es la expresión de una inquietud personal”, define Carlos Martín.
La inquietud de su padre. Él era solo un niño cuando Esteban decidió embarcarse en esta empresa casi tan osada como la del propio descubridor.
“Para mí aquello era como un gran parque de juegos”. Colomares empezó a levantarse en 1987, pero antes de eso Esteban -que según Carlos tenía también conocimientos de arquitectura- dibujó los planos, pensó con riguroso detalle los pormenores de una obra que debía leerse “como un libro en piedra”. A través de diferentes escenas y elementos arquitectónicos retrataría el antes, el durante y el después del viaje a las Américas.
Para la construcción, Esteban contó con la ayuda de dos especialistas en albañilería y cantería, Juan Blanco y Domingo Núñez. Ambos le acompañaron durante los siguientes siete años hasta dar forma a esta efi gie monumental ante la conmoción y extrañeza de los vecinos. La pasión que a menudo se confunde con la locura.
El resultado fue una estructura asombrosa y enrevesada, mezcla de elementos –torres, arcos, balcones, fuentes, vidrieras, mapas, esculturas, tres réplicas de las tres carabelas- y estilos -románico, gótico, mudéjar, bizantino-. Todo hecho al estilo más artesanal. Solo piedra, cemento y ladrillo.
“No es un castillo al uso, no es un lugar defensivo ni militar, es un monumento. Hay nombres, iconografías, datas. Hay toda una simbología, no solo es poner piedras para recrear un castillo medieval”.
La pasión de Esteban, sin embargo, no logró cristalizar del todo. En 1994 tuvo que abandonar la obra después de haber invertido todos sus ahorros en ella. Intentó buscar apoyo financiero para acabarla pero no lo consiguió. El proyecto de su vida fue visto como un delirio excéntrico.
Pasaron entonces algunos años en que Colomares quedó desierto. Solo de vez en cuando se utilizaba como escenario para celebrar espectáculos de cetrería. Hasta que en 2001 Esteban falleció y su mujer, Hannelore, y su hijo Carlos decidieron acabar lo que él no pudo en vida.
“En aquel momento el castillo no estaba en condiciones para pasear, estaba lleno de restos de obra. Nosotros nos ocupamos de terminar todo el saneamiento, la jardinería”, cuenta Carlos. Luego tocó el turno a la difícil tarea de la difusión a través de agencias de viajes, de folletos, de visitas a hoteles, a colegios. El boca a boca y, sobre todo, la fulgurante irrupción de las redes sociales hicieron todo aquello que al principio parecía imposible: deslumbrar a miles de personas que empezaron a llegar de distintos puntos de la provincia y de fuera de ella con tal de hacerse una foto en este lugar, desde luego, único.
“Desde 2017 notamos cómo empezaron a aumentar las visitas, con las redes sociales fue un boom”. Desde entonces miles de personas acuden cada año al Castillo Monumento que hoy reúne más diez mil reseñas en Internet, todas de visitantes fascinados con la experiencia.
Carlos es consciente, muchos vienen por la foto. “Es verdad, muchos se conforman con las vistas y el postureo”. Pero otros no, otros vienen por la historia, por la curiosidad y siguen con verdadero interés los dieciséis puntos, dieciséis capítulos, en los que se divide este particular libro de piedra y descubren a su paso detalles insólitos, como el de la pequeña capilla de Colomares, cuyas estrechas dimensiones -1,98 metros cuadrados la llevaron a ser incluida durante dos años seguidos en el Libro Guinness de los Récords.
Esteban Martín, que abandonó este mundo con la frustración y la soledad de un genio incomprendido, jamás habría imaginado el éxito inesperado de aquella vieja ensoñación, que en su día no logró el reconocimiento institucional pero que hoy sí tiene el del público.