Cristina Benítez nunca ha estado en Ucrania, tampoco tiene familia o amigos allí, sin embargo en cuanto vio por primera vez la bombas sobrevolando el cielo de aquel país sintió como si cayeran en su propia casa, a 4 mil kilómetros de distancia. Ella es una de esas almas desprendidas, solidarias que desde el inicio de la guerra han movido cielo y tierra para ofrecer lo poco que tenían o lo mucho. Porque en su caso ha ofrecido un hogar.
«En casa teníamos una habitación vacía, pensamos que podíamos acoger a dos o tres personas. Yo encontré una página en Facebook y después de hablarlo con mi pareja teníamos una decisión clara, nos ofrecimos como familia acogedora«, cuenta a AZ Costa del Sol.
Fue a través de esa página en Facebook donde conoció a Tania, una joven madre con dos hijos de 12 y 9 años que acababa de huir de Kiev, tras dejar en el frente a su marido. Durante días hablaron por medio del traductor, a través de videollamadas se miraron a los ojos -poco más podían hacer, ninguna conocía el idioma de la otra-. Aun así fue suficiente para tender los lazos de confianza necesarios.
Con la ayuda de otra de familia de Madrid, Tania y sus hijos lograron abandonar la frontera de Polonia con Ucrania y dirigirse en autocaravana hacia España. Anoche llegaron a Madrid y tras un último viaje ya están en casa de Cristina, en Casares Costa, desde ahora también su casa.
«Mi casa no es gran cosa, somos una familia de clase media, el único ingreso que tenemos es lo que gana mi marido como albañil, pero lo poco que tenemos se lo queremos ofrecer», cuenta Cristina que, de la emoción, hace días que no prueba bocado.
«Ya tenemos preparados los papeles para el empadronamiento y estoy arreglando la escolarización de los niños. El pequeño tiene la misma edad que mi hija y me gustaría que estuviesen en la misma clase».
Durante los últimos días, Cristina y su familia también ha conseguido recaudar donaciones de ropa suficientes para sus nuevos huéspedes. Lo que ahora necesitan es comida. «Tenemos una necesidad urgente de alimentos. Son tres bocas más. Ahora seremos seis en casa, eso significa doble gasto de luz y agua que por supuesto vamos a asumir, pero necesitamos un poco de ayuda».
Cristina es consciente de que no será fácil, de que su familia tendrá que ceder parte de su intimidad para acoger a unas personas que hasta hace unas semanas eran auténticos desconocidos, que tendrán que aprender a convivir dos culturas, dos idiomas diferentes, pero no tiene un rastro de duda, sabe que ha hecho lo correcto. «Nunca esperábamos que en el siglo en el que estamos fuese haber otra guerra. En cuanto vimos a toda esa gente huir sin rumbo sabíamos que no podíamos quedarnos de brazos cruzados«.